Mujeres recluidas, sometidas al poder, viviendo en un micromundo protagonizan “El convento”, obra escrita y dirigida por Stephie Bastías, joven creadora que se alza como una nueva voz que habla fuerte. La obra es la segunda parte de la Trilogía del encierro, y fue precedida por “La torre”, que exploraba en la vida de seis mujeres encerradas al servicio de una condesa asesina. Ahora, Bastías utiliza el mundo del claustro para dar cuenta de la fragilidad de la posición de la mujer en el mundo occidental, donde ha sufrido invisibilización, negación, abuso y maltrato. La obra estará hasta el 19 de enero en el Teatro Camilo Henríquez, en el marco del Festival Santiago a Mil.
Uno de los elementos más atractivos de la puesta en escena es que Stephie organiza la trama, sencilla y de líneas gruesas que tocan tópicos recurrentes, en un escenario casi vacío (una cruz en el fondo, un par de plantas, un asiento que entra y sale) con una impronta coreográfica. Las seis monjas han hecho voto de silencio y se comunican cantando en latín, además de relacionarse entre ellas a través de rutinas de movimiento, que repiten durante la obra.
Las seis actrices (Viviana Basoalto, Valeria Leyton, Nicole Vial, Karina Ramírez, Juanita Lara, Camila Paredes) manejan rítmicamente la danzada planta de movimiento, creando un sugerente espacio de interpretación donde lo crudamente real da paso a imágenes de tinte onírico.
Y cuando pensamos que lo que estamos viendo es historia, una aspiradora robot da cuenta de lo contrario. La estética que trabaja Stephie Bastías es profundamente visual, apelando a la hibridación de lenguajes y la liminalidad en sus discursos. El primer impacto es sensorial, lo que propicia que los espectadores se sientan sumergidos en un mundo sin respiro antes de tomar conciencia de sus posibles mensajes.
En cuanto a la dramaturgia, esta se mueve entre la crudeza y la obviedad. En un mundo de mujeres solas, la llegada de una guagua trastorna su tranquilidad tanto como la llegada de un hombre. El primero remece las ansias maternales de las monjas, y el segundo despierta la sexualidad reprimida por devoción y mandato, convirtiéndose en objeto de deseo, victimario y, finalmente, víctima. Con esos elementos, la joven dramaturga y directora hace gala de gran desenfado para desencadenar un verdadero melodrama, que incluye violación, asesinato, aborto y suicidio.
El paso entre la comunidad de monjas que se relaciona coreográficamente y cantando, a la oscuridad de los hechos narrados anteriormente es inquietante y atractiva.
Bastías está depurando un lenguaje propio, una manera de instalar reflexiones. Y como toda búsqueda experimental, “El convento” tiende al exceso y al desborde tanto en lo que quiere mostrar como en la forma de hacerlo. Seguramente, en una próxima entrega los materiales estarán más pulidos y el exceso (que es un recurso) llevado al punto en que no se convierta en ruido en escena.
“El convento” es una obra que hay que ver, para conocer la voz de Stephie Bastías, sus recursos estéticos, su fuerza y su pasión.
Escrito por Marietta Santi