IV Gala Internacional de Ballet de Providencia: recorrido virtuoso y emotivo que nos conecta con el mundo

Del ballet clásico a la danza contemporánea, la IV Gala Internacional de Ballet -organizada por la Fundación Cultural de Providencia- mostró un matizado abanico de posibilidades expresivas, cuerpos y ritmos. Un lujo para la audiencia nacional de las artes del movimiento, que hay que agradecer a Jorge González Granic, director de la fundación que realiza la curatoría y convoca a los artistas.
Se trató de una gala como las mejores del mundo, con un programa formado por catorce piezas elegidas con pinzas e intérpretes provenientes del Royal Ballet de Londres, el Het de Países Bajos, la Opera de París, el American Ballet, el Birmingham Royal Ballet, el Ballet de Monterrey y el Ballet del Teatro Colon de Buenos Aires. El crédito local fue el Ballet Nacional Chileno, BANCH, que mostró un dúo y un trío en el lenguaje contemporáneo de su director, Mathieu Guilhaumon.
De las parejas clásicas destacaron y cautivaron Reece Clarke, primer bailarín del Royal Ballet de Londres, acompañado de una jovencísima Chloe Misseldine, solista del American Ballet. Ellos abrieron la noche con el pas de deux de “El lago de los cisnes” adagio acto II , y la cerraron con el Cisne Negro del acto III de la misma obra. Clarke, no solo perfecto como partenaire y preciso en los saltos o pirueta, sino también dando el enamoramiento del príncipe Sigfrido en todos sus gestos, con gran carisma. Su compañera, de 21 años, de brazos y piernas de hermosas líneas estuvo siempre perfecta en lo técnico pero a nivel interpretativo descolló cuando encarnó a Odile.
O tra pareja que sedujo fue la conformada por William Bracewell, primer bailarín del Royal Ballet, y Momoko Hirata, principal del Birmingham Royal Ballet. Primero en el pas de deux del Balcón de “Romeo y Julieta”, en la versión de Kenneth MacMillan, y luego en “The Dream, pas de deux”, de Frederick Ashton, donde interpretaron a Oberón y Titania. Ambos artistas mostraron mucha conexión entre ellos, esa complicidad que se espera en una pareja de enamorados, además de poner la técnica al servicio de los personajes. William fue Romeo, con un carisma arrebatador, y Momoko mostró toda la fragilidad y delicadeza de una joven embelesada.

El dúo “Luminous”, del húngaro András Lukács (1977) con música de Max Ritcher, presentó dos intérpretes de lujo: la rusa Ana OI, primera bailarina del Ballet Nacional de Países Bajos, y a Jacob Feyferlik, primer bailarín del Sttaatsballet de Munich. Se trata de un estreno en Sudamérica, una obra delicada, elegante y minimalista, interpretada con excelencia. Él es la fuerza, ella la delicadeza; estados que se funden en complejas tomadas. Hay puntas y líneas clásicas, pero además hay quiebres que rozan lo contemporáneo. La pieza emociona desde la abstracción de los cuerpos.
En la segunda parte ofrecieron “Trois Gnossiennes”, de Hans van Mayen sobre partituras de Erik Satie, en la misma línea solo que esta vez el bailarín pudo ser algo más que el partenaire tradicional, que eleva y afirma a su compañera. Al respecto, pese a lo bello de los movimientos y el gran nivel de la pareja, se echa de menos mayor equiparidad en el protagonismo dancístico de los intérpretes.

Altas expectativas generó el debut del coreógrafo y bailarín brasileño Juliano Nunes, quien pese a sus cortos años se ha convertido en habitué de las grandes compañías del mundo. Su marca es releer la danza clásica a través de cuerpos contemporáneos, con una mirada siempre puesta en la emoción. No importa que tan virtuosos son sus fraseos, siempre hay emocionalidad en juego. A Chile viajó con Marcelino Sambé, primer bailarín de Royal Ballet de Londres, con quien mostró los dúos “Dying swans” y “Debussy”.
Siempre la danza entre hombres es atractiva, por la tensión que se genera en relación al concepto clásico de pas des deux. Ambas coreografías son realmente exigentes, tanto a nivel técnico como en cuanto entrega emotiva, combinando el virtuosismo del clásico con movimientos que desplazan el eje o contraen el cuerpo. Inteligentes y muy bien interpretadas, impresionan y tocan la fibra de la audiencia. Solo un comentario: en las dos creaciones se notan los roles de quién lleva y quién se deja llevar. Si la idea es parafrasear al clásico está perfecto, pero en el mundo actual sería posible pensar en roles más compartidos.

Hubo una figura de una personalidad solo igualable a sus grandes saltos. Luciano Perotto, argentino y primera figura del Ballet de Monterrey, demostró fuerza, técnica y una intensidad que lo destaca. Se lució en “Gopak” (Zakharov/Soloviov-Sedói), breve y acrobático solo, y luego hizo lo mismo en el pas de deux “Diana y Acteon”, de Vaganova. En este bailó con Rocío Agüero, del Ballet del Teatro Colón, quien salió más que airosa de las complejas variaciones femeninas. Dos jóvenes con gran ímpetu escénico.
En este concierto de figuras internacionales participó el Ballet Nacional Chileno, BANCH, con un fragmento de la obra “Dual”, con música de Chopin, y “Chacona”, con partitura de Bach. Ambas piezas del director de la compañía, Mathieu Guilhaumon, juegan con los flujos, los niveles y, de fondo, las relaciones humanas. Muy bien en escena Marine García, Vanessa Turelli, Facundo Bustamante, Fabián Leguizamón y Morvan Texeira.
Hay que mencionar a Camille Bon y Thomas Docquir, solistas de la Opera de París, quienes estuvieron correctos en el pas de deux de “Giselle” y el “Gran Pas Clasique”. Bellas líneas y virtuosismo, pero también una falta de eso inasible que va más allá de las formas y que distingue a un bailarín de otro. Intención, espíritu, podríamos llamarlo. No cabe duda que pueden entregar mucho más.

Finalmente, solo queda felicitar esta iniciativa. Solo el hecho de concretar la IV Gala Internacional de Ballet merece un gran aplauso. A esto se suma lo variado del programa, la presentación de nuevas figuras en la coreografía y el acercamiento del público chileno con los nombres que destacan en la danza internacional. Muchas gracias.

fotografías Patricio Melo