La relectura de la directora Mariana Muñoz para “Los papeleros”, icónico texto de teatro musical de Isidora Aguirre que relata la vida de un grupo de cartoneros, insufla nueva energía transgeneracional a una problemática que dista mucho de ser historia. Al ritmo de cuecas, cumbias, rap y baladas, con personajes caracterizados de manera lúdica y simbólica, la obra -escrita en 1962 y estrenada al año siguiente – consigue conectarse con el público de manera directa. El ecléctico concierto teatral resultante provoca el distanciamiento necesario por el género, pero al mismo tiempo un estímulo a la vivencia.
El conflicto social que recoge no es otro que la opresión de los marginados por los poderosos quienes, además, los hacen sentir en deuda por las migajas que les lanzan. Y esa tensión, permanente pese al paso de los años, los gobiernos y las ideologías, es algo que la audiencia reconoce apenas se dicen las primeras líneas.
Protagonistas son un grupo de cartoneros y cartoneras a quienes el dueño de un basural les permite vivir en él, en situación de miseria, a cambio de que reciclen lo que puedan de los desperdicios. El vino es lo único que no falta, además de las historias personales de dolores, pasos equivocados e imposibilidades que los han llevado a rehuir el ojo de la sociedad para ocultarse en medio de la basura.
Pero la llegada del Tigre, hijo de la cartonera Romilia, mujer fuerte que declara que si trabaja como un hombre tiene derecho a tomar como uno, da un giro a la vida de todos. La mujer, encarnada por Roxana Naranjo, decide cobrarle al patrón las promesas de nuevas casas en otro terreno. Arenga y motiva a sus compañeros, e incluso toma una decisión que precipita los hechos.
Con ella hay un elenco de actores y actrices que tocan instrumentos o cantan o tienen ambos talentos, como Moisés Ángulo -Julio Galdames, el narrador, y Pinto, pareja de Romilia- quien rapea desde niño; Gabriela Aguilera, quien da vida a la “vieja del sombrero” e integró la banda/actoral Pink Milk; Marcela Millie, cantante, actriz y cuequera, que interpreta a la Pina, proveedora del alcohol; Mario Avillo, actor, músico y compositor que da vida a dos personajes; Jorge Arecheta, músico y cantante que se luce con tres caracterizaciones a partir de distintos registros vocales (el patrón, el capataz llamado perro Hidalgo y a Felipe Mora, el más educado del basural). A ellos se suman los jóvenes Valentina Nassar (la Mocha) y José Miguel Donoso (el Tigre).
También en escena están los músicos Felipe Alarcón y Juan Pablo Villanueva, quienes se integran al elenco también desde la interpretación actoral.
Mariana Muñoz (“Amores de Cantina”), junto a Joselo Osses (Bloque Depresivo, Chico Trujillo) en la dirección musical y los músicos Felipe Alarcón y Juan Pablo Villanueva, arman un seductor puzzle sonoro que vuelve atemporal la narración y amplía su territorio geográfico a cualquier rincón donde la inequidad sea pan de cada día.
Los cortes realizados al texto original son precisos para lograr esa atemporalidad, lo mismo que la escenografía (Pablo De la Fuente), la iluminación (José Luis Cifuentes) y el diseño de vestuario y arte de personajes (Carola Sandoval). Detalles como la falda de Romilia, levantada por una panza postiza; el vestido ingenuo de la Mocha, con vuelos; la falda queer de Julio, negra y larga; el enterito verde de Hidalgo/Mora, las capas ondulantes de la vieja del sombrero y la Pina, por nombrar algunos, se suman a la ambientación de papel del espacio escenográfico.
“Los papeleros” fluye sin baches, la música captura inmediatamente, así como las poderosas interpretaciones solistas de Marcela Millie y las de todo el elenco. La directora consigue que cada actor y cada actriz sea una individualidad y a la vez una pieza del dispositivo escénico, en un ensamblaje que entretiene, seduce e identifica. Un concierto en una pieza teatral, o vice versa. Un disfrute, en todo caso.
Fotografía César Cortés