“Acreedores”: un drama clásico revisitado con crudeza y humor contemporáneo

“Acreedores” es la nueva versión del clásico del dramaturgo sueco August Strindberg, dirigida por Alexis Moreno. Está interpretada por un destacado elenco de actores nacionales —Francisco Reyes, Paloma Moreno y Mario Horton— estrenada el 20 de agosto de 2025 en el Teatro Nacional Chileno, con una duración de 75 minutos. Desde el ingreso a la sala, la experiencia es inmersiva: las cortinas del escenario permanecen abiertas, de modo que el público se encuentra inmediatamente dentro de la habitación de hotel, siendo testigo de primera fila de la intimidad destructiva de una relación, sin mediar distancia ni concesiones.
La violencia psicológica inscrita en los vínculos de pareja —la posesión, los celos y la obsesión— se encarna y se hace presente a través de un texto afilado, gestos calculados y miradas cargadas de intención. La ambientación sonora se enriquece con lejanos sonidos de barcos que se cuelan por las ventanas, recordando constantemente el contexto del balneario y el escape imposible que representa el mar para estos personajes atrapados en su conflicto. La dramaturgia de Strindberg, revisada por Moreno, aporta profundidad y crudeza, actualizando el conflicto para hablar de problemas de salud mental y responsabilidad compartida, evocando con una potente sensación de inevitabilidad la presencia del antasma de un fracaso conyugal. Contra todo pronóstico, la obra ofrece numerosos momentos inesperadamente graciosos que provocan carcajadas en el público, actuando como válvulas de escape ante la tensión dramática y demostrando el fino manejo del ritmo y el tono por parte del director y el elenco. La música, utilizada de forma puntual (envasada), convive con el denso silencio y el sonido ambiente de la habitación, que se vuelven tan elocuentes como las palabras.
El diseño escénico es detallado y significativo: los elementos dispuestos en el espacio —una silla, una mesa, una frutera con mandarinas, un jarro, un diván— no son meros decorados, sino testigos mudos y potenciales herramientas en la “guerra psicológica” que se desata. Un ramo de flores, inicialmente elemento de decoración y tal vez de disculpa, se convierte en un potente objeto dramático cuando es destruido con rabia en un clímax de la obra, liberando un aroma que impregna el espacio teatral y añadiendo una capa sensorial olfativa a la experiencia, intensificando la visceralidad del momento. El vestuario, predominantemente negro —trajes para los hombres y un vestido para la mujer—, crea una base dramática y severa sobre la que destacan las camisas blancas de los hombres y la blusa blanca de Tecla (Paloma Moreno). Este contraste cromático no solo es visualmente potente, sino que simboliza la dualidad moral, la pureza mancillada y la tensión entre la luz y la oscuridad que habita en cada personaje. Los toques modernos en las telas sitúan la historia en un limbo temporal, anclando el drama en su origen pero permitiendo una inmediata identificación con los conflictos actuales.
La iluminación, pensada como un dispositivo narrativo y emocional, recorre una paleta que alterna los claroscuros gélidos de la luz de la luna con el cálido pero implacable resplandor del amanecer. Los haces de luz se sincronizan con la tensión dramática para modelar el espacio y subrayar las transiciones psicológicas; así, la luz no solo revela, sino que produce significado, marcando momentos de manipulación, confrontación o desesperación absoluta. Los apagones completos actúan como cortes brutales, puntuando el avance hacia el trágico desenlace.
La elección de un teatro tradicional para su presentación refuerza la naturaleza de “clásico moderno” de la propuesta. Es un espacio donde la convención teatral permite una inmersión total en el drama psicológico. La sonoridad, compuesta por el diálogo, el silencio, la música esporádica y los lejanos sonidos de barcos, sostiene y potencia un movimiento contenido y expresivo, que alterna momentos de explosiva rabia —como la destrucción del ramo— con otros de contención calculada y parálisis depresiva. La técnica sólida de los intérpretes se pone siempre al servicio de la expresión psicológica y la transmisión de emociones complejas, entregando un espectáculo coherente y desgarrador donde cada elemento escénico —actuación, espacio, luz, objeto, aroma— contribuye a una experiencia artística intensa y multisensorial.
“Acreedores” se muestra como un lenguaje potente, preciso y visceral, capaz de contener y expresar la complejidad atemporal de las pasiones humanas en su estado más crudo. El inteligente uso del humor, que estalla en risas colectivas, enriquece la propuesta, humanizando a los personajes y haciendo la intensidad emocional aún más llevadera y sorprendente. Es una obra que invita a la introspección, al malestar y a la reflexión sobre las dinámicas de poder en las relaciones, examinando con valentía y una mirada contemporánea la herencia de dolor que se puede construir entre dos personas.