“La mantis religiosa” del Teatro UC.: una puesta que palpita y destila humanidad

Encierro, provincianismo, deseos reprimidos, machismo, mirada de género… Todo eso y más influyó Alejandro Sieveking en su obra “La mantis religiosa”. El autor contaba que se inspiró en el Juicio de Paris, y la verdad es que mezcló el mito helénico con su familia (creció rodeado de tías) y las tradiciones del campo chileno. Estrenada en 1971, la obra ha tenido muchas versiones y pese a eso el dramaturgo señalaba que no había tenido suerte en los montajes. Él mismo protagonizó una versión en 2011, dirigida por Paulina García, y este año han sido dos los remontajes. El del Teatro UC., aun en cartelera y dirigido por Alexandra von Hummel, logra una conexión profunda con lo contemporáneo, lo onírico y lo popular.
En escena se instalan tres hermanas Adela, Adelaida y Adelina, quienes cuidan a una cuarta -que nunca se ve- llamada Teresa, una especie de monstruo semejante a una mantis religiosa. Este insecto mata al macho cuando se aparea y siempre está sedienta de comida y de sexo.
Las hermanas mayores mataron sus novios en circunstancias oscuras, al parecer relacionadas con Teresa, y ahora, gracias al noviazgo de la menor, se removerán las pasiones y los secretos.
Todas habitan en un caserón de Talcahuano, sombrío, oscuro y rodeado de misterios. La única que sale al exterior es la hermana más joven, que atiende un negocio de costura cerca de la plaza. Las mayores trabajan haciendo vestidos de novia en el interior del hogar, cercadas por comentarios malintencionados de los vecinos.
En la misma casa vive el padre, un hombre perdido en otro mundo, una especie de sombra que ve a la hija menor como un ser puro y sólo maldice a las otras. Él cuenta que Teresa habría sido engendrada en un momento eufórico desde el punto de vista social, episodio que narra con pasión. Pero él no se atrevió a dejar su vida común y su esposa murió en el parto, hecho que lo llevó a quedar eternamente vagando por el caserón al cuidado por sus hijas. Nunca más volvió a recuperarse.
La versión de Teatro UC. se instala en un espacio escénico amplio que muestra una cocina y un comedor diseñado por Laurene Lemaitre (“Recuérdame mi vida”), de fondo una serie de puertas que permiten tanto las entradas y salidas de los personajes, como el juego de puerta que provoca equívocos. El vestuario, también a cargo de Lemaitre, ubica la acción en los años 70, gracias a los diseños y a la típica tela que en esa época llamaban jersey (tejido de punto elástico). Elías Cohen, actor y bailarín, colabora en la composición escénica logrando una acción casi coreográfica.
Las hermanas son representadas por Tamara Acosta (Adelina o Lina), Verónica Medel (Adela o Llalla) y Thais Zúñiga (Adelaida), quienes componen un trío perturbador. Las dos mayores son mujeres reprimidas, encerradas, obligadas a cuidar a su padre ya su hermana menor. No hay hombres en su vida, no hay amigas, no hay fiestas, solo un deber ser impuesto por las circunstancias. Adelaida quiere escapar a toda costa y por eso seduce a Juan (Luciano Reinos), con la promesa de su virginidad.
Esta apuesta tiene muchos aciertos, y en conjunto posee un espesor que releva los misterios que propuso Sieveking. La actuación es uno de los puntos altos. Tamara Acosta y Manuel Peña, como el padre, ambos integrantes de la compañía La María que cofundó la directora, impresionan con sus personajes. Peña no necesita más que su gesto para transmitir quién es, su presencia perturba sin estridencias. Tamara Acosta aporta una corporalidad intensa, así como diversos registros vocales. Ella es la hermana racional, la que lleva la casa.
Junto con ellos, Verónica Medel, Thais Zúñiga y Luciano Reinoso crecen en sus interpretaciones. Verónica es la hermana hogareña, la que cocina carne mechada con puré y qué acosa, carnalmente y sin pudor, al joven novio. Thais imprime a su Adelina el encanto de su sensualidad y lo único que quiere es escapar de la opresión antes de que sea demasiado tarde (en el texto original, las hermanas tienen 50, 45 y 40 años) .
Luciano, como Juan, es una revelación al encarnar con variados matices al hombre que llega desde un banco a ese mundo mítico, lleno de misterios y no puede -como no ha podido ninguno- sustraerse al encanto de la hermana escondida.
La tragedia, lo inevitable, marca el destino de estas mujeres y, por supuesto, de los hombres que se atreven a cruzar la puerta de su casa. Teresa, la hermana que no se ve y que la directora opta por no mostrar, es demasiado seductora para lo masculino. Es irreal y surreal (come carne cruda y se hace notar con gruñidos), pero también es lo diferente, la Otredad, la Alteridad. O tal vez la subversión, el desorden del cambio.
¿Está escondida porque es diferente a las otras? ¿Más libre? ¿Menos subordinada a las apariencias? No lo sabemos con certeza. Pero sí que lleva a la muerte a los que se atreven a verla.
Gran aporte es la música, de Mario Avilo, en tono de cumbia y con referencias a Juan Rulfo. Entre escena y escena suena fuerte, con la marca de la fiesta dionisiaca que termina en muerte, en sangre. Refiere a la celebración popular, que -casi siempre- termina con lágrimas.
“La mantis religiosa”, dirigida por Alexandra von Hummel es uno de los estrenos relevantes de lo que va del 2025. Con diversas capas de lectura que se sobreponen orgánicamente, la propuesta palpita y destila humanidad entre los delirio surrealistas y metafóricos del autor. Más allá de lo que pueda leerse sobre el género, el deseo (en todas sus acepciones) el miedo a las diferencias y la conexión con una sociedad que pronto iba a colapsar, esta Mantis resuena fuertemente el día de hoy, en este Chile.

fotos Daniel Corvillón