Bajo la dirección de Jenniffer Alegría Morales, Danza JAM presenta “Lo que Abandoné”, un biodrama de danza contemporánea que sumerge al espectador en el universo interno de la adolescencia. Interpretada por cuatro jóvenes bailarinas entre 14 y 17 años (Isis Yanten Navarro, Aylin Berrios Sepúlveda, Daniela Martínez Olivares y Maite Banavides Rubio), la obra, de aproximadamente una hora de duración, estrenada el 23 de octubre en el Centro Cultural de Puente Alto, funciona como un ritual de autoexploración. No representa la adolescencia desde fuera, sino que la encarna desde la raíz, fusionando recuerdos, confesiones y movimientos que brotan de los cuerpos que realmente la están viviendo.
El lenguaje corporal del elenco es un torrente expresivo que mezcla fluidez orgánica con explosiones energéticas. El movimiento se construye mediante reiteraciones simbólicas que sugieren los bucles de la ansiedad y la búsqueda identitaria. Las bailarinas colonizan el espacio con trayectorias quebradas —avances, retrocesos y bruscas diagonales— mientras exploran todos los niveles, desde arrastrarse por el suelo hasta saltos, utilizando la escena como un mapa de
sus conflictos internos. Un gesto recurrente —el acto de quitarse y ponerse las zapatillas en medio de juegos y peleas— ritualiza la cotidianidad y simboliza la incertidumbre entre el desarraigo y la pertenencia.
La estructura coreográfica, de forma narrativa pero no lineal, se despliega mediante secuencias que alternan entre unísonos potentes y dúos de complicidad, transitando desde la vulnerabilidad de los trastornos alimentarios y el acoso hasta la crítica a la pasividad adulta y la presión de las redes sociales. No hay juicio, solo evidencia.
El diseño sonoro de Octavio O’Shee Siquicciarini establece una relación dialéctica con el movimiento. Una banda sonora de la fractura interior que va desde los inocentes y dulces sonidos musicales hasta los ritmos estridentes, intercalando axe, respiraciones amplificadas y, lo más crucial, los relatos biográficos de las propias intérpretes. Estos testimonios son el latido de la obra, anclando la abstracción dancística en la verdad cruda de la experiencia.
El espacio escénico, un escenario caja negra transformado en un dormitorio adolescente como microcosmos (con escritorio, camas, una silla y una escalera), es fundamental. En un momento crucial, se introduce un montón de ropa que las jóvenes comienzan a probarse y modelar, en un ritual que oscila entre la autoexploración y la performance social. Esta acción culmina de manera visceral cuando una de las intérpretes se envuelve en capas y capas de prendas hasta que la acumulación literalmente la inmoviliza, creando una metáfora física potentísima sobre el peso de las identidades superpuestas y las expectativas que sofocan. Toda esta ropa abandonada pasa a formar parte del paisaje escénico, como los restos de una búsqueda identitaria fracasada.
El vestuario inicial, diseñado por Daniel Bagnara, combina distintas texturas en una paleta de colores cálidos con predominancia del rojo, donde conviven lo opaco y lo brillante, reflejando la complejidad y la intensidad emocional de este período vital. Este atuendo casual y juvenil transita hacia un uniforme negro que unifica los cuerpos bajo el manto de la crisis o el duelo, y culmina con la potentemente elocuente imagen de una de las chicas siendo vestida con su uniforme escolar – un recordatorio de la etiqueta social que inevitablemente las define.
El diseño de iluminación, en una paleta de blancos, rosados y violetas, baña la escena con una calidez que a menudo contrasta con la dureza del contenido, simulando la dualidad entre la dulzura esperada y la tormenta interna de la edad.
La comunicación emocional es estremecedoramente efectiva. La conexión entre las bailarinas evidencia una técnica interpretativa que privilegia la verdad por sobre el virtuosismo. Su presencia escénica, cargada de un carisma frágil y potente, genera un pacto de confianza con el espectador, sumergiéndolo en una reflexión que oscila entre la empatía, la incomodidad y momentos de catártica risa reconocedora.
“Lo que Abandoné” destaca por su innovadora aproximación al biodrama. La mezcla de danza contemporánea con relatos biográficos, proyecciones y grabación en vivo crea un lenguaje escénico moderno y urgente. La obra consolida su aporte artístico como un acto de valentía y restitución. No es una obra sobre la adolescencia, sino desde la adolescencia. Una poética y necesaria celebración de la fragilidad y la potencia de un territorio existencial que, a través del cuerpo, se transforma en un grito compartido y un diálogo imposible de ignorar.
Fotos Franco Heredia
