“Hermanas”, del francés Pascal Rambert y estrenada en 2019, llega a Chile en la dirección de Alejandro Castillo. La obra, verborreica e intensa, tiene en Castillo la mano adecuada ya que se ha dedicado a la difícil labor de montar obras donde el texto es lo fundamental (“El mal de la muerte”, “Sabannah Bay” de Marguerite Duras, “El marinero” de Fernando Pessoa, “Últimos remordimientos antes del olvido” de Jean Luc Lagarce).
En escena, Francisca (Francisca Walker) aparece con una maleta al encuentro de su hermana María (Coca Miranda). Los personajes llevan los nombres de las intérpretes, como en otras obras de Rambert, en un intento de fundir personaje/actriz a través de esa palabra.
Ambas mujeres se enfrentan en un espacio despojado, donde solo hay un par de sillas. A poco andar sabremos que el encuentro transcurre en el trabajo de María, antes de que haga una presentación ante una audiencia invitada.
Desde el primer cruce de miradas hay mucha tensión entre las hermanas, en sus palabras, en sus cuerpos. Rápidamente empiezan a cobrarse cuentas pendientes, a repasar una historia llena de dolores infantiles y adolescentes. El texto es abundante, exagerado, sin pausas.
Los espacios se crean a partir de las palabras, las materialidades son ellas y los cuerpos. Lo que se dice, cómo se dice, el mundo que creamos al decir. Palabras como hacedoras de verdad.
Es áspero lo que sucede entre las dos mujeres. Por momentos la narración de cada una parece una gran exageración, una espectacularización de hechos nimios. Imposible que el espectados discierna. Lo único indiscutible es que cada una carga heridas causadas por la otra.
Francisca, la menor y al parecer no deseada, alega haber sido siempre atormentada por la mayor. Esta, líder en el deporte, preferida por el padre, le enrostra a la otra su debilidad. Se pelean a quién la madre quiso más, o si el padre las acarició con más fuerza.
María es una trabajadora social, una voluntaria que ayuda a refugiados y víctimas de la guerra. Francisca es una periodista mediática, que escribe sobre asuntos banales -nunca se precisan cuáles- y que le reprocha a María preocuparse de los demás y no de su familia.
Las hermanas se aman, que duda cabe, en el dolor de la rivalidad. El enfrentamiento al que asistimos tiene que ver con que una acusa a la otra de apropiarse de los últimos días de la madre.
La dirección de Alejandro Castillo es precisa, logrando que las actrices digan haciendo verdad la rabia y el deseo. Coca Miranda en los primeros momentos aborda su personaje desde una forma muy propia, con ciertos acentos y pausas en el decir que le quedan muy bien a María. Luego de pick emocional se entrega al realismo vital, suelta esa manera en que su personaje se instala en el escenario y simplemente fluye en sentimientos. Francisca Walker es toda ojos enormes y emociones diversas; haciendo vibrar su voz, su mirada, su anhelante energía corporal. Expectante desde la cabeza a los pies.
El momento donde ambas comparten un audífono, y bailan, es quizás el único punto de tregua entre ambas. Porque estas hermanas no se reconcilian. Al contrario.
De pronto Rambert agota con sus rencillas infantiles no resueltas, con esa mirada freudiana a las relaciones familiares, con un detalle preciso de hechos que parecen menores. Pero ¿no suele ser así? El mundo, aun en la misma casa y con los mismos padres, no es el mismo para hermanos y hermanas.
Cautiva el elogio a la palabra que hace la obra. Cautiva que podamos ver lo que las hermanas dicen del ayer, pese a que en escena solo están las dos. La magia está en pronunciar, en nombrar ese pasado.
Es posible, cómo no, extrapolar sus posturas divergentes a la sociedad que no termina por saber dialogar. Dos partes que no se entienden porque no hablan el mismo lenguaje, y no quieren hablarlo, por lo demás. ¡Cuánto bla, bla, bla! ¡Cuánta retórica!
Ojalá “Hermanas” tenga una nueva temporada, más extensa. Su sabía dirección y las actuaciones brillantes de Coca Duarte y Francisca Walker evidencian lo importante que es la palabra en el mundo contemporáneo. Teatro de texto, del bueno, donde las emociones atraviesan a las actrices. Que no lloran, pero vibran en poderosos tonos.
foto de entrada @nataliabelmar_
