“Una hija”: teatro íntimo que crea historia

Con “Una hija”, producida por Mestiza Chile, el Centro GAM abrió la temporada presencial de teatro el fin de semana pasado y, lamentablemente, debió quedar en suspenso por el regreso de la comuna de Santiago a la fase 2. Inspirada en “Daugther”, dirigida por Jill Greenhalgh en el festival Mestiza de 2018, esta puesta escarba en el teatro confesional para un espectador relevando historias de mujeres, cotidianas algunas, dramáticas otras, poéticas siempre. La idea tiene que ver con el trabajo de constelaciones y también con la ancestrología, con rescatar a las antepasadas, a la línea femenina de las nueve actrices que protagonizan este montaje que en su conjunto funciona como una instalación, ya que son nueve estaciones que cada intérprete convierte en un espacio lleno de posibilidades de lectura.

Las estaciones están ubicadas en la Sala Audiovisual del céntrico espacio, en una disposición que permite el recorrido cómodo y sin colisionar con otros espectadores. Acompaña el caminar el cello de la música Ángela Acuña, quien en vivo crea atmósferas y paisajes. Cada actriz está sentada frente a una mesa pequeña y solo se ilumina con con una lámpara de escritorio, que no interviene en el ambiente de baja luminosidad en que está sumergida la sala. Cada mesita es, para graficarlo de algún modo, un destello en un recorrido íntimo y en penumbras.
En su mesa las actrices han distribuido diversos objetos que detonan historias de madres e hijas, de abuelas y hasta bisabuelas. Pañuelos, cucharas, fotos, cigarrillos, cajas de música, labiales, corbatas etc., todo un mundo objetual cargado de emociones y sentidos.

Ya en la estación elegida, un espectador, el ubicado frente a la actriz y conectado con sus ojos, escoge uno de los objetos que la intérprete le ofrece y recibe la historia que lo acompaña. Los que están alrededor escuchan en un rol de público lejano, sin el preciado contacto visual. Pero pueden ocupar el lugar principal después.

La creación y la dramaturgia es colectiva. Los relatos son absolutamente disímiles. Hay cotidianos y sencillos, pequeños recuerdos que definen una relación o la caracterizan; pero también otros dramáticos, que hablan de muerte, de violencia, de pérdidas y abuso. ¿Verdad o ficción? No importa la respuesta, ya que no podemos olvidar que en el teatro se representa la verdad, no se trata de ella. Y tampoco que cuando hay representación se genera una verdad nueva. Esa es la magia.

El punto es cómo entrega la actriz sus historias. Yo viví momentos muy emotivos con Enoe Coulon, Viviana Herrera, María José Jaureguiberry, Valeria Salomé y María Olga Delos, todas compenetradas profundamente en sus narraciones, sensibles y dotadas de una capacidad de llevar al espectador al fondo de un torbellino de emociones y sentimientos. No alcancé a sentarme frente a Luisa Iturriaga, y solo tuve una experiencia poco amable cuando una actriz estaba desconcentrada y mirando para el lado, sin hacer conexión con quienes la escuchábamos. Un traspié que no alcanzó a empañar lo experimentado.

Las resonancias en los espectadores son muchas. Desde la identificación a la valorización de detalles no percibidos en las relaciones con sus ascendientes femeninas. Son frecuentes las sonrisas, los ojos húmedos y las ganas de abrazar a la actriz.

Bello trabajo que releva el encontrarse con una semejante, mirarla a los ojos y generar conexión, además de rescatar la historia no oficial de las familias, esa que no está escrita. Aun.