Stgo a Mil: un “Ricardo III” inolvidable y un “Macbeth” falto de horror

Este comentario se refiere a dos de las puestas en escena de obras de William Shakespeare consideradas en la programación de teatroamil.tv: “Ricardo III”, en la versión del director alemán Thomas Ostermeier y la compañía del Teatro Schaubühne de Berlín, y “Macbeth” a cargo de la directora Polly Findlay y la Royal Shakespeare Company. Ambas se presentan en impecables grabaciones, la primera de 2015 y la segunda de 2018, que permiten captar no solo las atmósferas sino también las expresiones de los protagonistas en los momentos más relevantes, así como también detalles de las propuestas direccionales.

“Ricardo III” fue un suceso en su estreno en el Festival de Avignon en 2015. Protagonizada por Lars Eidinger -actor fetiche del director y una estrella en Alemania- no muestra al último York como un tirano oscuro y ebrio de poder, sino como un hombre manipulador, que ha elegido el mal porque los placeres y la belleza le ha sido vedados. Eidinger crea un personaje de aires rockeros, que habla por un micrófono y es acompañado por música en vivo que contempla batería y guitarra eléctrica. Seductor, pese a su joroba a vista de todos y sus piernas deformes, es un mago de la palabra y muchas veces en sus ojos se vislumbra el dolor.

El espacio escénico acerca la acción al público, los actores surgen de la platea al comienzo y descienden a ella a lo largo de la obra. Hay visuales que tiñen la escenografía (muy sencilla, dos pisos unidos por una escalera) de cuervos, nubes y ríos o el rostro de Ricardo.
Ostermeier no busca la verosimilitud, al contrario, evidencia el artificio, la magia. Cuando el protagonista enfrenta a Lady Ann, se desnuda mostrando la joroba falsa; y cuando se pone corset y cuello ortopédico para enderezarse, estos aparatos son lucidos como únicas ropas en una evidencia innegable.

Solo nueve actores, siete hombres y dos mujeres recrean todos los personajes, sin intención de transformarse para cada uno.

En su montaje, Ostermeier reúne lo performativo con el drama tradicional, siendo la primera palabra atribuible al personaje de Ricardo y su intérprete, quien modula las situaciones desde su corporalidad e intenciona las escenas a su medida, dialogando directamente con el público.

El final es una visión diferente de la tragedia shakesperiana: no hay batalla y Ricardo pelea solo en una frenética danza que termina con él semidesnudo y colgado de un pie, como una res en el matadero. Símbolo, rabioso y contemporáneo término para una figura definitivamente actual.

Cerca de Ricardo está Macbeth, personaje que se ha convertido en encarnación de la desmedida búsqueda de poder, esa que lleva a justificar los medios sin preguntas. El montaje de Polly Findllay lo trae a la actualidad, con ropas contemporáneas (hay un dispensador de agua purificada) y una bien hecha síntesis, destacando la interpretación de los protagonistas: Christopher Eccleston y Niamh Cusack. Ellos dan vida a dos seres torturados por lograr el máximo poder, en una carrea sangrienta que no se detiene hasta que ambos son vencidos.

Sorprende el tono de Niamh Cusack para Lady Macbeth. Su lady se aleja de la frialdad imperturbable de otras versiones, para mostrar a una mujer movediza, nerviosa, y cada vez más alterada por el camino por el que los lleva -a ella y su marido- a llenarse de sangre. En su boca siempre hay una sonrisa tensa y en sus ojos horror, pero no alcanza a transmitir esa oscuridad debido a sus agitados movimientos.

Eccleston es un soldado rudo, sin modales, cuya adicción al poder lo trastorna fácilmente. No hay muchos matices en su interpretación, salvo el momento en que golpea su cabeza en el suelo, presa de la máxima frustración.

Las brujas tienen una perversidad adicional en este montaje, ya que son representadas por tres dulces niñas en pijama, que cargan con una muñeca en brazos cada una. Con sus dulces vocecitas recitan los conjuros que le quitan el sueño al señor de Glamis.
El espacio escénico es redondo (el de la Royal Shakespeare Company) con una pared atrás, minimalista y moderna, donde se proyectan frases del texto de la obra (que subrayan las intenciones de las escenas) y un desagradable to later que, sumado a los fragmentos mencionados, se convierten en una ilustración de lo que sucede. Mucha indicación para el público.

A la puesta de Findlay, impecable en su forma – hay que decirlo-, le falta tensión, tiempo, suspenso. De hecho, el reloj digital que parte en cuenta regresiva con el asesinato de Duncan y solo se detiene con la muerte de Macbeth, apresura aun más el ritmo psicológico de la trama.

En todo caso, este “Macbeth” se sigue con deleite por todo los elementos puestos en juego.

ambas en Teatroamil.tv hasta fines de enero

Escrito por Marietta Santi