“Stabat mater” es una pieza híbrida que mezcla testimonio biográfico, performance, teoría de género y también de lo que significa representar. Lo real, lo ficticio, lo documental, lo recreado se ponen en tensión en esta obra de Janaina Leite que hurga en la figura de la madre, en lo femenino y lo masculino, poniendo en escena a su propia mamá y metiendo el dedo sin piedad en sus propias heridas (el padre es una de ellas). ¿El resultado? Una combinación de materiales sensibles que toca profundamente al público -en especial a las espectadoras- y que emociona desde lugares impensados, como aquello que narra en un comienzo: sin pensar en su madre María -que lo había acompañado durante todo su calvario-, clavado en la cruz y antes de morir, Jesús mira al cielo y exclama “padre, por qué me has abandonado”. Duro, y proyectable al rol de la madre en todos los tiempos: levantada en ídolo máximo, pero también sometida a la esclavitud.
Janaina cuenta que su creación surgió de un proceso de búsqueda, que incluyó terapia de constelaciones y una obra dedicada a su padre. También se nutre de un texto de la filósofa Julia Kristeva, titulado también “Stabat mater” y que puede descargarse en pdf en varios sitios webs. En el escenario hay una mesa, a un costado un caño y de fondo una pantalla donde se proyectarán imágenes. Reina algo de desorden, el mismo que organiza los materiales que se nos ofrecen y que se transforma en una línea intuitiva y emocional a seguir.
El sexo femenino, su genitalidad, está siempre presente. La protagonista lleva un body abierto entre las piernas, por lo que su sexo es visible. Primero insinuado, cuando lleva una polera, y luego exhibido abiertamente cuando baila en el caño. De ahí para adelante, la mayor parte del tiempo lucirá su pubis y sus nalgas desnudas. Pero no hay morbo en ese gesto, resulta natural, deserotizado y pertinente ya que se habla de maternidad, de lo femenino, de parir.
Entre toda la materialidad volcada en escena, hay una desconcertante: la invitación a un actor porno a grabar una escena de sexo con Janaina dirigida por su madre. Todos aceptaron porque lo vieron como parte del oficio sin sospechar siquiera el trasfondo de la premisa -se ven videos con el casting realizado-, pero finalmente el hombre escogido desertó.
Las reflexiones se cruzan. La mujer definida por la maternidad, que tolera violencia doméstica por los hijos, hijas amantes de un padre que nunca fue lo que esperaban, la disyuntiva de ser mujer o ser madre instalada en medio de una tensión: se puede ser madre y grabar una escena porno, se puede ser madre y tener sueños incestuosos con el padre, madre y mujer, madre y persona no son palabras excluyentes, al parecer.
En escena hay verdad, y mucha -como el relato de la violación sufrida por Janaina en la adolescencia-, pero también hay artificio. Y Janaina lo evidencia didácticamente: saca a un hombre del público y le enseña a dar una cachetada teatral. Luego le pide que le dé una en serio. Y muestra cómo una se ve como real, y la otra lo es. No hay cuarta pared la mayor parte del tiempo, los intérpretes hablan con y para el público.
Durante más de una hora y media, lo que vemos es y no es real. Hay artificio teatral, pero también realidad biográfica -que más verdadero que la madre de la actriz interpretándose a sí misma- y cuerpo performático, expuesto, sacrificado.
Al final, toda la hibridez y la conjunción de materiales se decanta en emoción. Como si los que estábamos espectando nos hubiéramos abierto junto con Janaina, junto con su sexo, junto con su vida.