“La aventura invisible”: Víctor Carrasco entrega descarnados relatos de transformación

¿Cómo definimos nuestra identidad? ¿Por cómo nos vemos? ¿Por cómo nos pensamos? ¿Es esa identidad inmutable o puede variar en el tiempo? La obra “La aventura invisible”, del sueco Marcus Lindeen, plantea esas y otras preguntas en torno a la conformación de eso tan inasible que nos hace reconocernos – y que nos reconozcan- como seres únicos.
La versión nacional está a cargo del director Víctor Carrasco, quien ya trabajó las dos propuestas anteriores de Lindeen sobre la identidad: “Los arrepentidos” (dos hombres que se operaron para convertirse en mujeres, y luego quisieron volver a su género original) y “Mentes salvajes” (que habla del encierro pandémico de unos soñadores compulsivos).
El trabajo teatral del autor sueco se caracteriza por surgir de la realidad, de entrevistas realizadas por él mismo, que luego se convierten en piezas teatrales. “La aventura invisible”, última entrega de la Trilogía de la Identidad, comenzó como una investigación sobre Claude Cahun, la fotógrafa surrealista que a comienzos del siglo XX se negaba a definirse como ella o él. Desde ese punto, Lindeen amplió su proyecto a una compleja exploración sobre la identidad y la transformación.
La obra enlaza las conversaciones de Lindeen con tres personas: Sarah Pucill, artista londinense queer que ha dedicado su carrera a interpretar las fotografías de Cahun; Jill Bolte Taylor, neurocientífica estadounidense que sufrió un derrame cerebral en el hemisferio izquierdo que le borró sus recuerdos y el pensamiento lineal, y luego pasó ocho años reconstruyéndose a sí misma; y Jérôme Hamon, un parisino que sufrió dos trasplantes faciales y murió en abril pasado.
“La aventura invisible” enlaza las historias de estas tres personas en una dramaturgia que apunta a la narración, y que se plantea como una conversación entre el trío, despojada de emotividades y énfasis emocionales.
Víctor Carrasco pone a los protagonistas en un escenario vacío, sentados en torno a una mesa y tres sillas. El fondo del escenario se convierte en una gran pantalla de color, donde se recortan las figuras de Jill Bolte Taylor (Amparo Noguera), Jérôme Hamon (Ricardo Fernández) y Sarah Pucill (Marce Gutiérrez). Detrás de ellos también se proyectan interesantes visuales, en especial aquellas que captan el rostro de los intérpretes desde un primerísimo primer plano a sus ojos o su boca, hasta mostrar la cara completa.
La conversación fluye rítmicamente, naturalmente. Hay intenciones, pero no emotividad ni impresiones emocionales. Ni siquiera cuando Jill recuerda el momento de su derrame, o cuando Hamon revive la primera vez que se miró al espejo y vio en su rostro la cara de un donante desconocido.
Este punto es un reto para los intérpretes y el director, así como también el modular la gran cantidad de texto que cada uno debe decir. Los sucesos surgen de las palabras, que los revisan desde fuera, analíticamente, detalladamente.
Las tres voces se unen en una conversación esclarecedora, que invita a un viaje reflexivo donde espectadores y espectadoras se verán sumergidos de a poco, diálogo tras diálogo.
Obviamente, los testimonios de Hamon y Bolte son impactantes. Hablan de transformaciones radicales, de un antes y un después. El de Sarah Pucill se mueve en un rango distinto, ya que su transformación es deseada, buscada, a diferencia de las otras. Y las proyecciones sobre su trabajo con Cahun escapan de la experiencia vital de los otros personajes. Lo suyo es más simbólico, más contemplativo.
La propuesta de Víctor Carrasco atrae visual e interpretativamente. Es descarnada y sin adornos, pero no por eso menos desgarradora. De manera casi quirúrgica expone las fisuras, heridas y cicatrices de los protagonistas. Entra en su carne desde la frialdad analítica, pero consigue revelarla en su profunda humanidad.
Cada escena, marcada por la iluminación (Luis Reinoso) y la sonoridad (Fernando Milagros e Ignacio López) es un paso más en la vida íntima de cada uno, y en el camino de los espectadores, cada vez más ansiosos de saber.
Amparo Noguera y Ricardo Fernández asumen sus testimonios desde la absoluta verosimilitud, con cada palabra internalizada y textos que viajan por sus cuerpos. Hay contención, sí, pero también la naturalidad de decir lo que es propio, invitando a espectadores y espectadoras a sumergirse en su experiencia vital.
Marce Gutiérrez, en la piel de Pucill, muestra menos organicidad entre palabra y cuerpo, pero el rodaje y la experiencia de cada función se lo aportarán a la larga.
“La aventura invisible” se enmarca en los tiempos que vivimos, y también en todos los tiempos. La identidad, el ser, el preguntarse dónde radica lo que somos y que tan inmutable es, son reflexiones que el ser humano se ha planteado en diferentes épocas. Hoy, la mutabilidad es la materia de análisis, la transformación, el cambio. No solo de género, de cara o de color de pelo, sino también de convicciones profundas, de valores…de creencias.
¿Mutamos y seguimos siendo los mismos? ¿Nos convertimos en otros si nos transformamos? …

Ficha Artística
“La Aventura Invisible” de Marcus Lindeen
Traducción: Constanza Brieba
Dirección: Víctor Carrasco
Actuaciones: Amparo Noguera, Ricardo Fernández y Marce Gutiérrez
Música incidental: Fernando Milagros
Diseño de vestuario: Loreto Martínez
Diseño de iluminación: Luis Reinoso
Diseño de sonido: Ignacio López
Visuales y proyección: Josefina Parga
Producción de imágenes: Juan Manuel Egaña
Foto fija y video: Nicolás Morales