La obra “Robot: ecos neurodivergentes”, dirigida por David Atencio y presentada en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), abre un espacio de reflexión sobre los límites entre lo humano y lo maquínico, entre la organicidad del cuerpo y la artificialidad de los sistemas. Desde el título mismo, la pieza invita a pensar en ese territorio híbrido donde el ser humano aparece como una máquina deseante —en el sentido deleuziano—, una entidad que produce sentido, afecto y movimiento más allá de la carencia.
Sin embargo, más que una especulación filosófica, “Robot” se encarna en la materialidad de intérpretes que habitan la diferencia como una potencia viva. El elenco —Claudia Vicuña, Héctor “Tito” Medina y Sergio Mejía— conforma un grupo neurodiverso y corporalmente heterogéneo que, desde sus propias singularidades, teje una interconexión especial en escena. Lo que comienza como una mudanza —una acción doméstica, cotidiana— se convierte en una metáfora del cambio interno, del tránsito entre habitar, pensar y sentir de nuevas maneras.
A través de la dramaturgia y de una voz en off que funciona como un pensamiento compartido, la obra despliega monólogos internos que permiten acceder al mundo sensible de los personajes-personas. Allí, las fronteras entre intérprete y personaje se diluyen, especialmente cuando los performers se quitan las máscaras de látex y muestran sus  propios rostros, volviendo visible la vulnerabilidad y la presencia.
propios rostros, volviendo visible la vulnerabilidad y la presencia.
El diseño escenográfico y visual de Nicolás Russi y los vestuarios de Andrea Soto construyen un ambiente lúdico y seguro, cercano a un jardín sensorial donde la luz es suave, los colores invitan a la calma y nada amenaza el confort del espectador. Esta ambientación no emerge sólo como estrategia de accesibilidad —propia de una “función distendida”— sino como una poética de cuidado. El teatro se vuelve un espacio afectivo que acoge diferencias perceptuales y emocionales, generando una convivencia real entre artistas y público.
Desde lo técnico, la obra propone una estructura interdisciplinaria impecable: coreografía, actuación y sonido dialogan con precisión dentro de una composición que parece simple, pero es profundamente detallada. Los momentos de movimiento se entretejen con secuencias casi ceremoniales, donde cada acción se siente pensada desde lo afectivo. Las cajas que los intérpretes ordenan, desarman y reconstruyen funcionan como un símbolo de esa reorganización interna y cognitiva que la obra propone: el orden y desorden de la mente, la concentración, la repetición y el cambio.
En su desarrollo, se proyecta como un ejercicio de tecnologías sensibles: los cuerpos se vuelven sensores, los objetos resuenan con las emociones y lo mecánico se funde con lo humano. Lo neurodivergente no aparece aquí como un tema o una categoría clínica, sino como una práctica de conocimiento, una forma de estar en el mundo.
La propuesta de Atencio y su equipo logra así un resultado artístico contemporáneo y socialmente necesario: un teatro que no se limita a incluir, sino que rehace las condiciones mismas de lo común. Robot nos recuerda que la diferencia no debe tolerarse ni integrarse como excepción, sino compartirse como principio vital de convivencia. En tiempos donde aún cuesta derribar la cuarta pared —y volver a levantarla desde una sensibilidad—, esta obra ofrece una esperanza tangible: la posibilidad de crear juntos desde la vulnerabilidad y la diversidad.
fotos de Juan Ramírez

