“Telúrica”: Cuando los cuerpos hablan más que las palabras

Este domingo 18 de agosto finalizó la temporada de la obra “Telúrica: anatomía de la memoria” de la coreógrafa nacional Ana Barros, que se extendió desde el 2 de este mes, realizando un total de 9 presentaciones en la sala del Teatro Fenis Terrae. Lamentablemente, en la función a la que asistimos el 17 de agosto ocurrió un evento que no podemos dejar de mencionar. La pieza cuenta con imágenes proyectadas en un telón de fondo que ocupa los 2/4 centrales, es decir, un lugar importante sobre la escena. El proyector de imágenes tuvo un desacertado protagonismo, al proyectar al centro de la pantalla la marca del equipo por largos segundos, lo que indudablemente es algo que nunca debe ocurrir debido a que distrae y arruina el buen trabajo desplegado sobre el escenario. Al parecer eso solo ocurrió ese día, ya que por observaciones y comentarios puede deducirse que otros públicos no vivieron lo mismo.

Sobre la pieza presentada podemos mencionar que es fruto de un trabajo exhibido en 2017 en los Encuentros Coreográficos de Sala Arrau, bajo el nombre “Telúrica, Experimento coreográfico y sonoro”, y que en esa ocasión el ejercicio coreográfico estaba a cargo de Ana Barros, Macarena Arrigorriaga, Gabriela Neira. Para esta versión 2019, se incorporaron a estas tres ejecutantes anteriores dos excelentes intérpretes como son Valentina Pávez, directora y coreógrafa de Danza en Cruz, y Álvaro Pizarro, quien este año junto a Compañía Ruta de la Memoria realizó un trabajo memorable.

La obra se inicia y termina haciendo mención del kintsugi, antiguo arte japonés de reparar las fracturas de los objetos de cerámica con resina empolvada en oro o plata, dándoles nueva vida y valorando sus heridas. Pues bien, es eso justamente lo que nos entrega la obra.

“Telúrica” es un trabajo coreográfico que presenta las experiencias y testimonios de personas víctimas de la dictadura militar ocurrida en Chile a través de audios, y también de las historias de los propios intérpretes. Estos transforman los horrores y las experiencias de miedo en fortaleza y resiliencia, entregando una mayor consistencia a sus vidas.
La pieza no se basa en grandes pasajes de virtuosismo técnico, sino mas bien entrega una obra plagada de honestidad y sensibilidades, donde nos percatamos de que los textos son reales, crudos y sin pudor. Belleza, a pesar del horror del contenido, es lo que provoca Valentina Pávez al contarnos sus recuerdos: “Yo iba con ella…; Yo le dije al señor… no nos mate; Él contesta… corran; Y… nosotras corríamos por los pasajes… yo no tocaba el suelo… mi contacto con él era por el brazo de mi madre”.

Como el anterior pasaje, existen un sinnúmero de buenos momentos, como el dúo de Álvaro Pizarro -quien tiene un muy buen manejo de su corporalidad- junto a Gabriela Neira, o las dos mujeres tapadas bajo un gran velo negro, como si fueran esculturas veladas de Raffaelle Monti.

En resumen, la propuesta es una obra que transita en la honestidad de su discurso, tan real como crudo, pero con una fuerte dosis de crear vida donde existía muerte y dolor.

Escrito por César Sepúlveda