Amalá Saint Pierre y Francisco López: amigos, partners y creadores

Amalá Saint Pierre (36) y Francisco “Paco” López (34), son actores, partners teatrales -forman el Colectivo Makina 2- y los une un fuerte lazo. Son amigos hace ya 7 años, con todo lo que eso significa. Por eso, no es menor que los dos estén detrás de la obra “Bru o el exilio de la memoria”, pieza dirigida por Héctor Noguera donde repasan los exilios de Roser Bru, Premio Nacional de Arte y abuela de Amalá. Trabajo, investigación, teatro y amor. Qué mejor combinación.
Se conocieron el 11vo Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea, en 2011. “Yo postulé a los talleres de dramaturgia.

A la Amalá la vi el primer día, ella era la coordinadora de esos talleres, nos mandaba los mails con los textos, nos pasaba lista, era la encargada de los diplomas. Fue como un amor instantáneo, a primera vista, porque nos daban a leer dos o tres textos por sesión y eran como cinco sesiones. Hubo un texto que a nadie le gustó, era en francés, solo nos gustó a nosotros. Ahí nos miramos. A la salida nos fuimos conversando”, recuerda Francisco.
El texto aquel era “Frente a la madre”, de Jean Rene Lemoine. Sigue él: “Me enamoré tanto de ese texto que lo quise montar con un amigo, un año después. Nos juntamos con Amalá, le pedimos que nos ayudara con los derechos de autor y ella nos dijo que quería actuar. A mí me pareció un sueño dirigirla, porque además es francófona y actriz”.
Amalá escucha atentamente, e interviene. “Con Panchito dijimos hagámoslo, pero no lo queremos hacer en el formato tradicional, no queríamos producir, solamente queríamos tener el goce de la lectura, de actuar este texto. Entonces dijimos bueno, hagamos teatro en departamentos. En ese momento mi departamento era el más grande. Empezamos a ensayar ahí durante meses, lo bonito es que como no teníamos ningún compromiso, ensayamos la cantidad de tiempo necesaria. Otros actores quisieron sumarse a esta aventura. Éramos un equipo de cuatro”.
En el departamento cabían 12 espectadores, que recorrían todos los espacios, desde la cocina al baño. Las personas se inscribían y les indicaban una esquina y una hora donde reunirse. El proyecto se llamó “Madre”. Al año siguiente Amalá dirigió “Padre”, basado en “El Padre” -de Heiner Müller- en otro departamento.
Roser Bru apareció en las primeras conversaciones de la dupla. Cuenta ella: “La primera vez que invité a Panchito a mi casa para hablar de este proyecto, sucedió algo. En mi living había una foto, donde está mi madre, yo y una mujer mayor. Panchito me dice ¡oh, que linda esta foto, esa señora se parece a Roser Bru! y yo le digo, ah, sí, es mi abuela. Panchito no entendió que Roser Bru era mi abuela, pensó que mi abuela se le parecía. Entonces dice ¡ah! tu abuela se parece a Roser Bru, y yo le digo, no, mi abuela es Roser Bru. Panchito se emociona y me dice no puedo creer, cómo es posible que hace un año que nos conocemos y que no me hallas contado. Le contesté que no ando contando quién es mi abuela, que yo me hago mi carrera por lo que soy, desde el teatro”.

Se miran y se ríen. Panchito afirma que no podía creer que su amiga no le hubiera dicho quién era su abuela. Vuelven a reírse.
Antes de concentrarse en Bru, los amigos hicieron otras cosas. Después del teatro en departamento vino “Hombre con pie sobre una espalda de niño”, de Juan Claudio Burgos, dirigido por ella y actuada por él. Y luego Amalá escribió un monólogo sobre el hombre que se lanzó a los leones en el zoológico, titulado “Naturaleza muerta o la controversia de Daniel”. “Hicimos dos monólogos muy experimentales, muy herméticos, como dándonos en el gusto. Nos ganamos el Fondart, las críticas estuvieron favorables, pero no tuvimos el público al que queríamos llegar. Después siempre tenía las ganas de hacer algo bonito, de eso que uno quiere que venga a verlo todo el mundo porque es una obra bonita”, comenta Francisco.
Amalá aporta que “yo estudié en la Sorbona, Francia. Entonces, siempre he tenido una mirada de las artes escénicas bastante más arriesgada, más experimental, no estoy desmereciendo en absoluto lo que se hace acá en Chile, pero tenía ganas de aportar con una cosa más experimental, conociendo todos los riesgos que eso implica, en términos de crítica, de público”. Ella puntualiza que viene de una familia de izquierda, pero de una izquierda intelectual: “Es una familia de intelectuales, que salió adelante, que tuvo empresa. Mi abuelo era empresario, pero era ante todo un visionario del diseño contemporáneo”.

Y Panchito agrega que “con Amalá venimos de lugares distintos, yo soy hijo de trabajadores, hermano de trabajadores, nieto de trabajadores, soy de la última estirpe de los obreros ilustrados, esos obreros que leían mucho, que se instruyen mucho y que ven arte. De la última estirpe del comunismo. No nos costó mucho sintonizar política e intelectualmente, pero por sobre todo por este amor y pasión que tenemos por las artes escénicas, porque con Amalá no solo somos compañeros y amigos de teatro, todo el mundo lo es, nosotros pertenecemos a un idealismo de la profesionalización de la gestión cultural y la producción artística en Chile, y al mismo tiempo somos gremialistas, ella fue secretaria de la Red de Salas y yo fui tesorero de Sinattad al mismo tiempo, entonces somos gremialistas, gestores culturales”.
Tres años vivieron juntos, lo que los hizo aprender el uno del otro. Él absorbió de ella todo lo que no sabía en términos de la gestión cultural institucional, marketing y comunicación. Ella tomó de él, formado en la U. de Chile, toda la garra que hay que tener en la producción y las otras estrategias de público. Se dicen “marido” el uno al otro, y su respectivas parejas -cuando las hay- deben saber que son inseparables. Nada de competencias ni celos.
La complicidad se nota. Y, además, la pasión. Por crear, por producir, por construir. Se escuchan todo el tiempo, se van dando pases en la conversación, lo que hace que jamás se escuche solo una voz.

-¿Tiene que ver tu familia en la emoción cuando viste a la señora parecida a Roser Bru en la foto?

Panchito: “Sí, porque a mi mamá le gusta mucho Roser. Mi mamá es una mujer humilde, artesana, pobladora. Por otro lado, a mi papá le gusta mucho el arte que se hizo en los años ‘60 en Chile y en la Unidad Popular, después que fue combatido en dictadura. Ser nieta de Roser Bru no es lo mismo que ser nieta de una pintora elitista”.

ROSER Y EL HONOR DE LA MEMORIA

-¿Cuándo se instala el proyecto en torno a Roser?

Amalá: “El proyecto en torno a Roser tiene dos etapas. La primera antes de Panchito, mucho antes de conocerlo. Hace diez años atrás yo vivía en Barcelona y en ese momento estaba haciendo una película documental con un realizador chileno radicado allá. La película se llamaba “Exilis”, exilios en catalán, y seguía los pasos de dos familias catalanas que habían llegado del exilio español a Chile, una era la mía, los Aguadé Bru, y la otra una familia amiga de la mía desde antes de la guerra. Se reencontraron en el exilio en Chile, tuvieron hijos más o menos a la misma edad, cada familia apadrinó a los hijos de la otra. El documental seguía los pasos de estas dos familias por tres generaciones. Haciéndolo me di cuenta de que tenía una responsabilidad como gestora cultural y como artista de hacerme cargo de la historia de mi familia catalana de una manera mucho más seria y madura, y de empezar a ahondar y profundizar en proyectos que pusieran en valor esta historia. Me demoré cinco años en el documental, lo presentamos en la Filmoteca Nacional de Cataluña, en la Televisión Nacional de Cataluña, después lo presentamos aquí en el Museo de la Memoria. En eso coincidió más o menos que yo conocí a Panchito y vi que él era conocedor de la obra de mi abuela, le propuse que hiciéramos una obra, pero solo sobre la vida de ella”.
Panchito: “Yo venía haciendo teatro documental, había hecho “¿Quién conoce a Gómez Rojas?” y “Ramón Ramón”, que era sobre estas figuras olvidadas de la historia chilena. Después me pasé a la danza en la sala Claudio Arrau, donde hice un documental con la vida de la Teresa Alcaino y Sonia Uribe. Lo último que hice fue una biodrama con Valentina Pavez, en relación a su madre”.
Amalá: “Un día se me vino a la cabeza el título, “Bru o el exilio de la memoria”. Ya teníamos un pie forzado. El título hablaba de la memoria, del exilio, de dos caminos de los que había que hacerse cargo como historia. En ese momento Roser no se había ganado el Premio Nacional todavía, lo postulamos a un primer Fondart en 2015. Fondart cerraba a las cinco de la tarde y a las dos le dieron el premio a mi abuela. Me acuerdo de estar corriendo por la calle para llegar a mi casa y alcanzar a incluirlo en la postulación. Ya no era un proyecto sobre una pintora, era un proyecto sobre una Premio Nacional de Arte, o sea, le cambiaba el valor patrimonial. Ese año no lo ganamos”.
Después postularon al Fondart de investigación 2017, que ganaron, y estuvieron un año investigando, tarea que se concretó en el libro objeto. “Ahí colaboró mucho con nosotros Italo Gallardo, porque teníamos mucho material de investigación, fechas, fotos, información, y es muy difícil bajar todo eso al teatro. Quedaba como un ladrillo, casi como un libro de historia, académico”, dice Amalá. El libro, titulado también “Bru o el exilio de la memoria”, está redactado como obra de teatro, pero no es la misma que el público puede ver en GAM hasta fines de septiembre.
“Cuando llegamos con ese texto donde Héctor Noguera, él nos dijo que no, que el teatro es muy distinto a la literatura, entonces fue depurándolo mucho, fue discerniendo de una manera muy brillante. Esto lo logramos con un segundo Fondart, que fue el Fondart de creación y producción”, cuenta Panchito.
Fueron los dramaturgos y adaptadores de su obra, y Noguera no empezó a ensayar hasta que estuvo satisfecho de la dramaturgia.
“Tito iba acentuando para donde quería que fueran nuestros personajes. Eso fue muy rico, es un placer trabajar con él, ha sido un honor. David Meneses, nuestro asistente de dirección tuvo un rol fundamental, nos juntábamos los tres e íbamos proponiendo escenas, íbamos creando con el texto que Tito había aprobado. Íbamos probando textos, texturas, ideas. Después mostrábamos a Tito nuestra especie de creación colectiva, y él, siempre con mucho amor, iba discriminando y rescatando lo que le parecía interesante. Cuando le gustaba profundizábamos en lo actoral”, se explaya Amalá.

-¿Qué fue más difícil para ustedes de interpretar en escena? Porque hay mucha verdad, tú eres la nieta de Roser, tú eres amigo de la nieta de Roser.

Panchito: “Lo más difícil de la puesta en escena fue acotar esta vida de 96 años, que ha pasado por todas estas historias, en solo una hora. Tito tiene un sentido del humor que para nosotros ha sido muy rico, él acentuó muchas cosas que nosotros habíamos pasado por alto, él sabe lo que al espectador le va a hacer bien en cierto momento, para recibir la información que viene después. Es muy estratega emocionalmente, pensando no en el intérprete, no en la técnica de la actuación, sino que siempre en el espectador. Eso fue muy rico, pero fue muy difícil soltar las escenas que escribimos e investigamos con tanto amor”.
Amalá: Pero actoralmente no tuvimos ningún problema, al contrario.

-Porque en escena hay una versión de ustedes mismos.

Amalá: Sí, somos personajes y hemos tenido que trabajar nuestros personajes porque nosotros no somos tan así en nuestras vidas, nunca hemos peleado doblando un mantel, pero sí hemos peleado lavando la loza. Entonces, hemos ido haciendo el ejercicio de observación ¿Te acuerdas cuando uno estaba en la escuela en teatro en primer año en ejercicio de percepción? Nosotros tuvimos que hacer el ejercicio de percepción con nosotros mismos. Cuando tú escribes un texto, aunque tú lo escribas pensando en que va a ser dicho, igual lo estás escribiendo y a veces uno lo hace de una manera mucho más edulcorada, compleja o más intelectual, que como tú lo dirías. Entonces, estábamos aprendiendo el texto y nos topábamos con una frase escrita por nosotros mismos que encontrábamos cursi, llena de floreos, entonces preguntábamos ¿Quién es el dramaturgo de esta obra? Y el otro decía, no, esta escena no la escribí yo, la escribiste tú, o mirábamos a David Meneses y le decíamos: tú la escribiste”.
Panchito: “Nos cuesta mucho acordarnos qué escena escribió cada uno porque nuestra técnica era que yo escribía una escena, ella otra, y después nos las traspasábamos y el otro la adaptaba. Después la revisábamos juntos. Este proyecto ha tenido mucho trabajo, cada cosa que hemos puesto en escena no ha sido al azar, todos los movimientos han sido estudiados, todas las palabras han sido estudiadas, el vestuario, todo”.
Amalá: “Cortamos muchas cosas, pero decidimos igual rescatar esencias que no están en el texto, pero que están en la puesta en escena. No podíamos estar contando en texto cómo fue el cruce de Los Pirineos. Sería una obra entera solo sobre eso. Entonces la transformamos en una escena más bailada, más física, que dura dos minutos, en la cual se condensa visualmente esta historia, que en términos de investigación me genero un año y medio de haber leído no sé cuántos libros de historia. El público se va a enfrentar a una obra que está llena de pequeños detalles, por ejemplo, la taza. Hay una escena en que tomamos once y nos servimos el café en una taza. Esa taza no es cualquiera, elegimos una que fuese similar a las que mi abuela pinta en sus cuadros. O la elección de la marraqueta, como plantar una bandera en una marraqueta. Son años de haber estudiado, investigado sobre la vida y obra de la Roser Bru”.
Panchito: “Yo creo que la genialidad de Tito en la dirección fue haber puesto en escena nuestra propia investigación, habernos puesto a nosotros mismos investigando sobre la Roser Bru, que hace sus propias investigaciones en sus cuadros, de su propia vida también. Es como una muñeca rusa”.

-¿Cuáles son sus sentimientos finales después del estreno? ¿Qué les paso en el corazón?

Panchito: “Estamos en la alegría. En todos los proyectos que hemos hecho juntos o cada uno en su propia carrera antes de trabajar juntos, nunca habíamos tenido esta experiencia maravillosa de que el segundo o tercer día ya estaba agotado. Hay un tremendo equipo de trabajo detrás de nosotros, pero al mismo tiempo hay un fenómeno de Roser, de Tito, el GAM, la UNCTAD, de la memoria, no sé. Ha sido una emoción muy embargadora y al mismo tiempo agotadora”.
Amalá: “Menos mal, y gracias a Dionisio, no nos ganamos el primer Fondart de 2015, porque todo congenió para que estrenáramos en 2019, cuando se cumplen 80 años de la llegada del Winnipeg. Se dio que lográramos estrenar en el lugar de la UNCTAD cuando se cumplen 80 años desde que mi abuela llegó. Estas dos historias paralelas que tenemos en la obra, la de mi abuela y la más política de la obra robada en la UNCTAD, logró congeniar en tiempo y espacio de una manera muy mágica. Tengo la sensación, que comparto con Panchito, que tenemos una responsabilidad como artistas, como trabajadores del arte y la cultura, de cimentar nuestro aporte al arte y la cultura, con el mismo amor, dedicación y compromiso como mi abuela lo hizo en estos últimos 80 años. Mi abuela es tan amada y querida por la gente, que yo como artista tengo que seguir ese camino”.
Panchito: “Ha sido un honor hacer esta obra, este proyecto, es un honor. Pero como dije en el lanzamiento del libro, es un deber también”.

info de funciones en www.gam.cl

fotos de escena Patricio Melo