Stgo a Mil: caótica y excesiva comedia griega

Pese a ser escrita hace 2500 años, “Los pájaros” es una comedia que representa los anhelos del hombre de todos los tiempos. Y por supuesto del actual. Escrita por Aristófanes, habla de un lugar maravilloso, donde no se discute de política ni de leyes todo el día y se respeta la naturaleza, argumento más que resuena sin dudas. A Santiago a Mil llega la versión del director griego Nikos Karathanos, quien junto a Giannis Asteris realizó una adaptación lúdica y seductora, manteniendo el núcleo de las problemáticas planteadas por el comediante griego. Todo comienza con dos atenienses (en la obra original 2 hombres, en esta versión un hombre y una mujer), que caminan por el bosque en busca de Tereo, un rey que fue transformado en pájaro. La pareja, una suerte del Gordo y el Flaco, está cansada de la vida en la polis y de la manera en que se relacionan los humanos. ¿Su idea? Construir una ciudad en las nubes, solo habitada por aves.

Ya en los terrenos de Tereo son atacados por un pájaro que resulta ser esclavo del exrey. No confían en los humanos, con justa razón, ya que los cazan, los despluman, les tiran piedras sin motivo, los degüellan, los patean, en fin. Luego, el ateniense llamado Convincente conquista con su idea loca a Tereo, convertido en una abubilla (ave propia de Europa, África y Asia). Entonces, este llama a los pájaros que dan vida al coro y aparece una decena de actores y actrices vestidos en clave urban street design. Los plumíferos aceptan la idea y construyen una gran muralla, donde no tardan en llegar visitantes intrusos, interesados en “ofrecer servicios” a la nueva ciudad.
El colorido es impresionante. La acción transcurre en un espacio que luce una especie de isla vegetal, con árboles y arbustos, a cuyo costado derecho -desde la perspectiva del espectador- se ubican 6 músicos y una cantante.

A través de textos, canto y danza urbana de gran despliegue energético y adrenalínico, los atenienses conversan con las aves. Los intérpretes saltan, ruedan, giran…además de emitir sonidos y realizar gestos que colaboran en convertirlos en una bandada.

Los actores principales son griegos y el coro es una mixtura de griegos y artistas brasileños provenientes de favelas, lo que se cristaliza en una atractiva pluralidad.
En términos generales esta adaptación respeta el espíritu de la comedia de Aristófanes, pero hay variaciones. La diosa Iris, por ejemplo, es una Drag Queen de grandes tacos y short dorados, con grandes alas brillantes, al estilo de una garota del Carnaval de Río de Janeiro. Faltan personajes de la tragedia -hay una síntesis – pero se entiende perfectamente la trama aristofánica.

Se genera un caos en escena, dionisiaco, catártico. Hay cuerpos semidesnudos, humedad, gritos, mucho de esa animalidad que controlamos. La desnudez acá no es sinónimo de erotismo, sino de naturaleza, de vida sin prejuicios.

El último tercio, la propuesta se vuelve desordenada. Suceden demasiadas cosas: los actores invitan a los asistentes a integrarse a la escena sin un motivo claro (de hecho, muchos se quedaron parados sin saber qué hacer), un enorme globo luminoso fue lanzado a la platea que lo tocó entusiasmado, uno de los dioses que aparecen tiene prótesis desde las rodillas. Muchos efectos. Pero este desorden atrapa al público, contagiado con la energía de los pájaros y dispuesto a jugar.

No hay que confundirse. Si bien el discurso de la obra suena a contingente y conectado con lo que sucede actualmente en Chile, el trasfondo de la obra es absolutamente atemporal. Habla de la esencia del ser humano, de sus sueños y sus debilidades. Y de episodios que se repiten desde siempre.

Foto Ornithes@KikiPapadopoulou

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