Stgo a Mil: el profundo viaje místico de “Gólgota”

Dos espectáculos muy diferentes son los que presenta Bartabas y su Teatro Zíngaro en este particular Festival Internacional Santiago a Mil 2021. Disponibles en www.teatroamil.tv – y solo para Chile- están “Calacas” (2011), que relee en clave de circo ecuestre de gran despliegue la tradición mexicana de la Fiesta de los Muertos, y “Gólgota” (2013), montaje íntimo donde Bartabas actúa junto al bailaor sevillano Andrés Marín. Se trata de dos aspectos del trabajo del creador del teatro ecuestre: el espectacular y multitudinario enfrentado al austero y místico. En ambos los caballos tienen una presencia fundamental, pero se despliegan en sentidos diferentes. Veloces y atrevidos en “Calacas”, ceremoniosos y solemnes en “Gólgota”.

Partiré hablando de esta última pieza, fascinante por su mezcla escénica de canto gregoriano, baile flamenco, teatralidad y rito. Como su nombre lo indica, se inspira en la pasión y muerte de Cristo, por eso su atmósfera oscura y el color negro presente tanto en la indumentaria como en los minúsculos trozos de antracita (carbón mineral) que conforman el piso. La apuesta es minimalista. En un costado del escenario los tres músicos (uno de ellos canta con registro de contratenor) interpretan cantos gregorianos de Tomás Luis de Victoria, reconocido autor del Renacimiento español. Al centro una escalera que aparece y desaparece, y en el lado contrario a los músicos una especie de sillón de madera. El cuadro es como salido de las manos de El Greco.

Antes de que se corran las cortinas, un enano ataviado como monaguillo recibe al público y enfatiza la sensación de estar a punto de presenciar un ritual religioso enclavado siglos atrás.
De esa atmósfera surgen Marín y Bartabas. El primero descalzo, con pantalón negro hasta bajo las rodillas y el torso desnudo; el segundo montado a caballo, con una falda larga y también sin camisa. Ambos hombres se enfrentan. El bailaor con un claro tinte crístico, con barba y bigote oscuros; Bartabas encarnando personajes que refieren a veces a soldados romanos, otras a seguidores del nazareno.

La obra avanza con solos de cada uno de los protagonistas y diálogos silenciosos entre ambos. También hay comunión entre Marín y los caballos (aparecen cuatro, más un burro) cuando se conecta con su trote o su respiración. El bailaor maneja un flamenco muy actual, de líneas puras, en la línea de Israel Galván. Sus brazos, amplios, se proyectan en el espacio al igual que sus piernas. Impacta verlo taconear sin zapatos, usando solo el palmeo en sus piernas o el chasquido de los dedos para marcar el ritmo. Los zapatos llegan y también un taconeo que saca chispas a una pequeña tarima cuadrada.

Bartabas usa falda, pantalón y también luce un mantón rojo, que deja en manos de su compañero de escena. En un momento, él y su montura caen al suelo lentamente. No una, sino tres veces. Desmayos ante la cercanía de la muerte. El jinete entrega muchas imágenes inolvidables, pero una imprescindible es aquella cuando entra a caballo con un incensario de metal en cada mano, arrojando humo -y olor- que compone figuras en el espacio.

Finalmente, Andrés Marín sube la escalera trabajosamente con dos extraños coturnos que recuerdan a pezuñas. Arriba hay una cruz, donde se instala. Cuando la cabeza cae a un lado, el viaje ha terminado.

“Gólgota” no es una obra religiosa sino mística, que lleva al espectador a una conexión profunda con el dolor, la muerte y la espiritualidad. La danza de Marín y de Bartabas -con sus caballos- consigue abundantes capas de lectura. Su austeridad, despojada de toda pirotecnia, llega a lo esencial del movimiento y conecta al animal de cuatro patas con el animal humano, ese que está al fondo de todas las construcciones sociales.
Por favor, no la vea del celular. Hágase el favor y, si puede, conecte el dispositivo al televisor. No se arrepentirá.

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Hasta el 30 de enero
www.teatroamil.tv