En una atmósfera emotiva y expectante, el Ballet de Santiago volvió a la presencialidad el 15 de septiembre, con un programa titulado “Trilogía +1” que es el primer estreno de la dirección del Luis Ortigoza, exPrimer Bailarín Estrella de la compañía. Se trata de una propuesta interesante por lo variada, que da cabida al clásico, al neoclásico y hasta coquetea con el contemporáneo. Otro elemento decidor es que junto a coreografías de Ben Stevenson y Marcia Haydée se presenten creaciones de artistas jóvenes como Anabelle López-Ochoa y Esdras Hernández, quien, además, integra el Ballet de Santiago como bailarín solista.
La función abre con “Réquiem para una rosa”, de López-Ochoa (48), creada en 2009 para el Pennsylvania Ballet. La pieza comienza con el sonido de latidos de un corazón, que una bailarina (Romina Contreras) en malla y descalza, interpreta en clave contemporánea. Luego, al ritmo del “Quinteto de cuerdas en do mayor”, de Schubert, una docena de intérpretes aparecen vistiendo ondulantes faldas rojas, torso desnudo, ellos; con malla color carne, ellas.
El trabajo grupal es preciso, armónico, con diversos niveles de lifts y un neoclásico arriesgado que saca provecho a las espaldas desnudas, que confunden los géneros en uno solo. Las faldas flotan y forman un ramo de elegantes y sofisticadas rosas.
Mención aparte merece Romina Contreras, cuyo dominio del lenguaje contemporáneo sorprende. Su cuerpo abandona las líneas clásicas para ondular y quebrarse, en un intenso ejercicio interpretativo.
Sin duda, “Réquiem para una rosa” es una buena elección para este regreso, que muestra la solvencia de la compañía en estilos que se arriesgan a ir más allá de lo convencional.
Sigue en el programa “Tres preludios”, de Ben Stevenson, montado por la exBailarina Estrella del Ballet de Santiago Sara Nieto. En escena vemos a una pareja de bailarines (Noelia Sánchez y Cristopher Montenegro) que se enamora mientras trabaja en un estudio de danza, con barra y pianista, y con la inspiración de una selección de los Preludios de Sergei Rachmaninoff. La velocidad, la dificultad en la ejecución y la intensidad van progresando a medida que la atracción entre los personajes aumenta.
Una obra romántica y delicada, que precisa, además de técnica, de mucha proyección e intención. Noelia mostró desde la timidez del primer encuentro a la alegría del romance, variedad de registro que se echó de menos en su partenaire, que lució muy contenido.
El momento más emotivo es el pas de deux de “Carmen”, de Marcia Haydée, que marca la despedida de los escenarios de la Primera Bailarina Estrella Andreza Randisek. Junto a Rodrigo Guzmán, Primer Bailarín Estrella y su partenaire en incontables ocasiones, la bailarina brasileña demuestra todo el talento interpretativo que la caracteriza. Ella es pasión, fuerza y carisma, características que supo combinar siempre con la sutileza de la técnica.
La verdad es que quedamos con gusto a poco. Habría sido hermoso verla despedirse en alguno de los roles que asumió durante su carrera, desplegando todo el registro de su talento como bailarina, pero el contexto lo impidió. En todo caso, Andreza deja una huella imborrable en el Ballet de Santiago.
Para el cierre queda “La 5°”, de Esdras Hernández, creación que tiene como protagonista al cuerpo de baile, que se despliega con maestría, fluidez y fuerza. Mujeres y hombres vestidos iguales, de negro, recrean las idas y venidas de una sociedad muy parecida a la que vivimos, mostrando bajezas -abuso de poder- y grandezas -trabajo en equipo-. De fondo la “Quinta Sinfonía” de Beethoven.
Hernández juega con el trabajo grupal, armando y desarmando, en canon o al unísono, con entradas y salidas. Hay danza actual, esa que bebe del académico, pero lo expande y lo utiliza como herramienta para afrontar riesgos corporales. También hay puntas, pero adquieren un sentido muy diferente al de meras zapatillas.
La dramaturgia incluye un personaje sacado de la antigüedad griega, además de un guiño al uso y abuso de los celulares. La iluminación es oscura, en la idea de entregar una atmósfera apocalíptica.
Hay fuerza, fluidez, destreza y entrega absoluta de los intérpretes, pero el relato -no en el sentido de historia sino de estructura- se vuelve algo reiterativo a través de pasajes que no consiguen ensamblar.
La vuelta al escenario del Ballet de Santiago deja un agradable gusto a comienzo, con una variedad que atrapa y que augura que la dirección de Luis Ortigoza abrirá nuevos espacios para una compañía que tiene talento de sobra.
fotografías Patricio Melo