Geografía Teatral es una compañía que, desde sus inicios, se ha interesado por textos dramatúrgicos del pasado. No como una práctica arqueológica, sino como una forma de rastrear nuestra identidad, nuestra forma de ser. Así hicieron con “Natacha” (2009) e “Isabel Sandoval modas” (2009), de Armando Mock, obras que resultaron increíblemente actuales. Ahora, para celebrar quince años de funcionamiento ininterrumpido, abordaron un texto emblemático y muchas veces montado: “El tony chico”, de Alberto Heiremans”, en cartelera hasta el 9 de octubre en el Teatro Antonio Varas.
Estrenada en 1964 en forma póstuma, la pieza narra el viaje de Landa, un alcohólico que busca una planitud que no encuentra en la vida. Desengaños y malas decisiones lo han llevado a un estado de desasosiego existencial que no consigue calmar, por eso, cuando en su vagabundear llega a un circo pobre, de provincia, opta por instalarse entre los circenses y acepta trabajar como payaso. La angustia del personaje y su búsqueda no satisfecha de la transcendencia, lo convierten en un ser profundamente existencialista. Así como al decadente circo en una metáfora de todos los que buscan incansablemente, sin afincarse jamás.
Tomás Espinosa, fundador de Geografía Teatral junto con Bárbara Vera, tomó la pieza y la revisó desde la vereda del hoy; con la agitación, la precariedad e, inclusive la pandemia. Entonces no la pone en escena desde una óptica realista, sino que la convierte en un espacio simbólico y abierto al juego teatral.
Uno de los elementos que hay solo cinco intérpretes (David Gaete, Bárbara Vera, Coca Miranda, Elisa Vallejos y Valentina Torrealba). Eugenio Morales aparece en off, como la seductora voz de Emperatriz, la dueña del circo.
Gaete -en una actuación destacable, con un trabajo físico intenso- interpreta a Landa y las actrices a todo el resto de los personajes, sin más cambios que el tono de la voz y la corporalidad. Intercambian pelucas de colores entre ellas en una especie de rito que puede tener numerosas lecturas (como que todas y todos son payasos tristes, al final de cuentas), y ocupan el escenario -casi vacío- cruzándolo con el tiempo.
En medio de este puzle femenino está Landa, vestido de forma realista y sin peluca, poético, alcohólico y emanando una tristeza que a David Gaete le brota del cuerpo. Es reconfortante verlo sin el maquillaje que usaba en las obras de La Niña Horrible, ya que se apropia del personaje y de su dolor.
Hay edición en el texto, pero realizada de manera delicada y respetando el desarrollo de los hechos. En todo caso, lo que escuchamos es la palabra de Heiremans.
El director logra una puesta en escena en que se encarnan, de manera sintética y contemporánea, los leimotivs de “El tony chico”: la precariedad, el margen, las desilusiones vitales, la búsqueda de algo que parece inalcanzable. Su mirada capta la esencia de la obra, sus ejes emocionales y existenciales, y los instala en los cuerpos del elenco que, hay que decir, transmite a cabalidad el por qué se trata de un clásico.
No es un montaje para espíritus conservadores que esperen ver malabaristas, acróbatas, pista, payasos y todo eso. Para acercarse a la versión de Geografía Teatral hay que tener una actitud desprejuiciada y dispuesta a absorber las nuevas maneras de contar.