“Blackbird” es una obra de teatro escrita en 2005 por el escocés David Harrower, que visionariamente se montó en Chile dos años después, bajo la dirección de Heidrun Breier. Pero eran otros tiempos, y si bien la temática expuesta por Harrower tocó al público, no causó un remezón como lo hacen las nuevas reposiciones del texto, que se han sucedido desde 2017 junto con el movimiento #Metoo. Es por eso que la puesta en escena producida por Fundación Teatro a Mil, dirigida por el argentino Claudio Tolcachir y protagonizada por Carolina Arredondo y Néstor Cantillana, causa escozor y retoma una problemática que se ha revisitado durante los últimos años: el consentimiento.
La escena es realista (registro que maneja muy bien Tolcachir y sus coterráneos), una especie de bodega-sala de descanso, donde los trabajadores de una fábrica consumen alimentos. Hay desorden, basura por todos lados, una puerta a un lado, un lavaplatos al otro. Hay crudeza, la luz es directa, no enfatiza ni modela, simplemente muestra. En ese espacio se produce el encuentro entre Una y Ray, quienes hace quince años tuvieron una relación prohibida ya que ella tenía 12, y él, 40. Ahora, con 27 y 55, respectivamente, vuelven a juntarse por decisión de Una.
La joven necesita aclarar lo que sucedió cuando ella era una niña enamorada de su vecino adulto, que escapó con él, ilusionada, para luego verse abandonada en una ciudad desconocida. “Me dejaste herida y enamorada”, grita. Él, en tanto, estuvo preso por estupro durante tres dolorosos años, tiempo en que fue humillado por los otros reos. Cuando salió libre, cambió de nombre y de ciudad para forjarse otra vida. La obra lo muestra trabajando y con una pareja.
El texto de Harrower instala una tensión permanente, Una y Ray -ahora Peter- hablan sin parar, se superponen sus palabras, intentan explicar…y explicarse. Néstor Cantillana es mucho más joven que los actores que han interpretado a Ray en otras latitudes, pero encuentra en su cuerpo, vulnerable y agobiado, lo que necesita el personaje: una combinación de nerviosismo, culpabilidad, expiación y justificaciones, que se transforman en pasión al propiciarse el encuentro físico con Una.
Su compañera, Carolina Arredondo, entrega una rabiosa Una, que poco a poco -mientras escucha al hombre- va ablandando su discurso. Sabemos que trabaja, que ha tenido sexo con muchos hombres, que guarda un enorme dolor desde los doce años, que fue señalada con el dedo durante muchos años ya que se quedó en la misma ciudad, en el mismo barrio.
La dramaturgia, de manera perfecta, muestra a Ray como un hombre que cometió el error de intimar con una niña y que asegura no ser pederasta. Repite, una y otra vez, que se enamoró de Una, que fue la única niña en su vida, la excepción, la pasión inevitable e inextinguible. Sus palabras, su tono, la tristeza que brota de ellas, mueven a la compasión e incluso a acariciar la idea de que sí, que es posible, que lo vivido fue un error. A eso colabora la interpretación de Cantillana, nerviosa y cruzada de emociones. Se ve frágil y atormentado.
Pero no todo es como debe ser. La atracción surge entre Una y Ray, hay carnalidad, un revivir de la pasión. Parece ser que el tiempo no hubiera pasado, lo que despierta las sospechas de los espectadores.
Y es en ese momento donde el espejismo se rompe: la voz de una niña, de 10 o 12 años busca a Ray. Es la hija de su pareja, quien lo espera en la puerta de la fábrica. Pese a que no hay alusiones directas a algo oscuro, queda flotando en el aire una posibilidad demasiado cierta.
La propuesta de Tolcachir es cruda, directa, sin los simbolismos que abundan en otros montajes (danza, visuales, espacios escenográficos alegóricos). Hay palabras, cuerpos, emociones y dos actores que encarnan un tema candente.
¿Puede haber consentimiento de modo consciente a los 12 o 13 años? Una es una mujer rota, que no logra recomponerse pese a que dice haber amado – e incluso amar- a Ray. No hubo violencia, está claro, pero también que las armas seductoras de un cuarentón no pueden usarse con una niña. No hay igualdad de condiciones.
Es terrible pensar en tiempos pasados cuando las mujeres se casaban apenas saliendo de la infancia con hombres maduros, cosa que sigue sucediendo en países como India o en el continente africano. Cuántas generaciones de mujeres rotas, que no alcanzan a crecer jugando a las muñecas.
Escrito por Marietta Santi