“MAXima” inclasificable

Autor: Nicolás Villavicencio, investigador escénico, director de la compañía Consecuencias Racing.
Colaboración de edición: Paula “Flup” Busto

 

Toda creación, inscrita en el plano temporal actual, implica la absoluta disolución de la dimensión poética en cualquiera de sus formatos. Palabra, cuerpo, imagen, escena. Ser artista implica, capitalmente, el arrojo al vacío total, donde las explicaciones a quienes miran este arranque desde las alturas del pozo, son farfullas miserables llenas de desazón.
El eje cultural occidental está divorciado de cualquier raíz adyacente al interior de su propia sujeción, esto es, la carestía de aplicar una materialidad histórica foránea, remota, en un territorio preferentemente blanco y heterosexual. La encrucijada interdisciplinar juega un padrón naciente para vislumbrar que, el topetazo de modelos creacionales implica una ecuación racial y política a priori antes de despuntar el factor académico/ tecnicista, propio de las producciones culturales. ¿La irrupción en escena de cuerpos sin claror de género y de diversidad racial en los espacios de exhibición artística europeos propician la nueva forma de hacer arte contemporáneo? El atrevimiento de lxs nuevxs creadorxs de interpelar a su propia corporalidad buscando nuevos lenguajes, provocando asimetría en su propia historia, revela la situación actual de un territorio devastado; sin relatos propios ni fábulas que contar en el horizonte.
Finalmente, lo “interdisciplinario”, es el conjunto de especialistas en sus áreas. Dentro de las alicaídas academias burguesas, distinguiendo sus propias carencias y experiencias de estas nuevas esferas de carne y hueso, que habitan el padecimiento y el horror de la existencia, en esta afasia morena, visible e innegable. ‘Somos la guerra’, obra de artes escénicas dirigida e interpretada por Luz Arcas, contiguo a su compañía La Phármaco.
Con sede en Madrid, donde participa como foco central, el cuerpo de Merce Matus Ramírez. De Marcos. En palabras de su directora: “Somos la guerra es una obra rota, hecha de fragmentos, un relato no oficial del cuerpo”. Una pieza que no necesita clasificación ni rótulos a priori. Que no está cerrada ni pretende sellar conclusiones. Ir más allá de su génesis, es comprender, que esta es obra de artes escénicas inscrita en un registro de danza, pero que, para su propia desavenencia como creación inclasificable, es una abofeteada cabal sobre el estado del arte contemporáneo presente, requirente de persuasiones desde otras cosmografías artísticas, que puedan dar respiro a disciplinas tan reticentes a los cambios y la experimentación, como lo es la danza en su propia historiografía a nivel global. Aunque indudablemente, hemos sido testigos de lúcidos tanteos en puntuales espectáculos como audiencia, la verdad es que las artes escénicas, en específico en Latinoamérica, el rótulo y la convicción sobre lo que se está haciendo procesualmente, aún carcome la libertad total sobre aquello sin forma, sin signo y sin certidumbre; más cuando habla como representación imborrable del desgarro doméstico, puesto en la escena más dura de nuestra golpeada tierra, y de todos los lugares donde la masacre del hombre por el hombre ha dejado traza.
“Somos la guerra” está nominada a los premios Max de artes escénicas en España con tres nominaciones: Mejor intérprete femenina (Luz Arcas), Mejor intérprete masculino (Merce -Marcos- Matus Ramírez) y Mejor espectáculo de danza. Siendo una propuesta experimental, en constante pesquisa, la nominación de Merce es lo que convoca un análisis un poco más destemplado respecto a la clasificación como cuerpo de amplia identidad; rota igual que la obra. Un cuerpo que se define sin epígrafes pero que desborda las aristas performativas precisas que Arcas identifica para denostar el atrevimiento del mercado en nuestra vida y del trabajo, además de su propio desgaste como fuerza moral, sobre el rezo mágico de la culpa cristiana como motor de la productividad.
Luz Arcas remata: “La autocompasión es suplantada por la fiesta, la miseria «se celebra» en nombre de la vitalidad y la potencia que alcanzan los cuerpos mientras soportan el peso del mundo”. A pesar de abordar oquedades tan impenetrables, la nominación de la chilena Merce Matus como cuerpo masculino, sin previa consulta sobre su identidad de género siendo parte de esta creación, abre las dudas sobre si la multiculturalidad es una de las premisas exactas sobre cómo operar la interdisciplinaridad más allá de la técnica y la verborrea académica, que jamás ha dado paso al costado, al contrario, se inscribe y se atornilla como vía única de contener, un extraviado camino de ensayos y vapores irreprimibles. Un lamentable evento que demuestra este acontecimiento, es la etiqueta insufrible de artes vivas, que cierra y limita la urgencia poética desbordada e inacabable que ciertamente, las artes dejaron de dominar cuando apareció otro impertinente paradigma llamado Industrias culturales.
Afortunadamente, compañías como La Pharmaco, desde esta obra “Somos la guerra”, se impone como un fragmento trilógico (es la segunda parte de 3) abriendo la posibilidad de ser concierto, disidencia sexual, crítica al trabajo, emplazamiento a su matriz dancística y escénica, víctima de la brusquedad institucional que no hizo reparos en destacar como finalista a unx de sus integrantes como mejor intérprete masculino. De esta última reflexión, es necesario poner en tabla las dimensiones principales que componen el cuerpo vital de Merce Matus. Mencionar entonces, su propia creación artística puesta en tensión para llegar a entender el personaje que subyace a la bailarina/performer y transcribir el refinamiento en escena, la fragilidad de su cuerpa femenina, en palabras de la propia Merce, golpeadx con la premisa de “Somos la guerra” pero también, en la historia misma de la intérprete que hace coincidir dos relatos prístinos en absoluto conocimiento. Conflictuados y embellecidos por la exégesis sobresaliente de Matus.
Merce, es egresadx en Danza de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Centro de Danza Espiral (2008-2012), fue Becarix del Laboratorio Interdisciplinario Movimiento Sur (Danza-Arquitectura), Plataforma Internacional para la Danza Contemporánea y las Artes Escénicas para Latinoamérica (2014). Estudios de Pedagogía en Danza-Teatro en la Universidad Bolivariana (2006) y Licenciatura en Composición en Danza-Teatro Universidad Nacional de las Artes Argentina (2008). Cursó en la Escuela SUR, asociada al Círculo de Bellas Artes y a la Universidad Carlos III de Madrid (2017)- Master en prácticas artísticas y cultura visual, asociado a ARTEA, Universidad Castilla La Mancha y Museo Reina Sofia (2018-2019).
La Merce, Marcos Matus Ramírez, bailarina chilena no binarie, artista del movimiento, creadora e investigadora escénica, sudamericana de Cerrillos, Chile, del poniente desgarrado de la ciudad de Santiago. Voz y lágrimas del carnaval folclórico. De la lentejuela zurcida en el culto a la virgen del Carmen. En las capas de talante nortino, diablo y dientudo coraje ser hombre en botas blancas, nominada a los premios Max de España como mejor intérprete masculino. Morena de metro 77 con caderas y bulto en diálogo con sus cabellos negros, pierna larga y delicada mirada, es finalista de un premio ya a estas alturas, tradicional y de prestigio para las artes escénicas ibéricas. “Somos la guerra” también en su reconocimiento como nuevo lenguaje, se enfrenta a su demonio más incontestable: Reconocer una piel extranjera, sudamericana, mujer y hombre a la vez, que se ve atravesada del visible gravamen rotular del mercado capital; el de reconocer y distribuir un contenido que se verá beneficiado de ganar cualquiera de sus nominaciones.
Merce promueve que “la danza pura no existe, siempre está mezclándose con la vida, con las palabras, con la cultura, con la realidad, con el entorno… con las múltiples voces, una lucha, una relación con otrxs. Podemos inferir, que la investigación de Matus Ramírez dialoga permanentemente con el todo universal de la creación artística en inquebrantable inconclusión. Cae con precisión quirúrgica en La Phármaco que hace y deshace en el acto cualquier persuasión aparente. Y homologando esta fuerza, en su tierra, Chile, realizó recientemente una colaboración y dirección de la obra digital “Lo otro de lo otro como de su otro” primera transmisión oficial en Chile desde la aplicación Twitch de streaming, desde el canal del espacio Sala de Máquinas, centro comunitario de artes del movimiento y voz, producido por Consecuencias Racing, confirmando el arrojo total de una artista en permanente búsqueda de experiencias y formatos.
En colaboración con un elenco único, Comunidad Escénica, la transmisión tuvo un alcance significativo que no cerró las puertas a continuar la exploración en formato internet, que tantos contrarios descubrió durante la pandemia más dura. Lo probable es que, la sensación que dejaría un eventual levantamiento del destacado premio MAX, es abrir fronteras para que lxs creadorxs cesionarixs a interpelar su propia voluntad sagaz, de erigir su propio camino desmantelado de prejuicios alternos entre aquello posible y probable, asuman el margen de error como una arista más de innumerables beneficios para cualquier creación, desarticulando todo estereotipo maligno impresentable que nos dio la compra de conocimientos en nuestras respectivas escuelas. Se hace necesario traer a nuestro continente, sumido en la discriminación y los ideales del pasado, una pieza tan bullada, criticada y premiada inclusive con estas 3 nominaciones, en un mar de decenas de otras propuestas, obviamente, con un décimo del desparpajo de “Somos la guerra”, que se instala y altera la escena artística española.

fotos: Virginia Rota (a color)Silvia de la Rosa (e blanco y negro)