“OLEAJE”, hacia un teatro nacional desbordado

Por Nicolás Villavicencio 

 

Entre el 10 y el 15 de mayo, la corporación cultural de Quilicura, programó 5 obras de teatro en el marco de la programación teatral “Ciclo para Nuevos públicos”, continuando con el plan de fidelización de audiencias, posterior al éxito del festival de teatro Juan Radrigán, organizado por la misma instancia municipal.
De estas cinco puestas en escena, “Oleaje”, que ya se había presentado en pandemia con una producción digital, cimentada en la experimentación cinematográfica donde agradecemos el arrojo de sus directores Constanza Thümler y Angelo Olivier pero más alejada de las impresiones y profundidades respecto a esta reaparición del montaje en vivo, que despuntó, inclusive, el trabajo dramático de sus actrices.
Lo que resalta de manera contundente en ambas producciones, es la dramaturgia de Rodrigo Morales, que emerge como una dimensión escritural por sobre la media local, en ocasiones, una pieza sobresaliente que marcha como ganancia autónoma, siendo la tónica en esta propuesta escénica en cada uno de sus aspectos artísticos y técnicos.
Oleaje es una historia breve y compacta. Imparcial y acotada, de los últimos soplos de vida de Marta Ugarte Román. Profesora asesinada, arrojada al mar desde un helicóptero durante la dictadura cívico militar en Chile, encontrada en la playa La Ballena, quinta región, en septiembre del año 1976. Describen sus autores: “Figura agonal y amorosa de la resistencia, espectro incorrecto del devenir politico de nuestra historia”.
Durante diversos pasajes de la obra, la sensación de estar presenciado diferentes capas del drama, no solo en el amurallado soneto de Morales plasmando el horror, sino la pieza en avenencia con cientos de sensaciones, escuchas, explosiones de sonido y luz. La perspectiva de la sala y la audiencia perpetrando el fragor de un trabajo desbordado. Que está más allá del teatro. Es sentir la confusión del encierro, del garrotazo, del motor de la aeronave y del grito de los uniformados a cargo de la ejecución. Aquí está, La muerte de los sentidos. La textura más servil del arte se diluye frente a una puesta en escena total.
El inicio es solemne. Parsimonioso. Coreográficamente enfático, que se ve rematado con la intempestiva proyección lumínica. En el público, Hilda Román Ugarte, hermana de Marta, acompañada de Paulina Tara Ugarte, sobrina, complementan el marco frente al alarido dramático, en un alto estado de intensidad.
La performance de Claudia Di Girólamo, con el oficio preciso y dominio absoluto de la calidad de la dramaturgia, la reaparición en tablas, contundente y ascendente de la directora Constanza Thümler, que marcó el tono tempestuoso de Oleaje y el desplante escénico y temerario de Francisca Márquez, quien supo estampar las aberturas de la obra en los lugares precisos, confirmando a la audiencia un trabajo direccional excelente que no escatimó en detalles.
Es prudente mencionar, que el estreno fue el todo de la presentación. Una jornada. En todas las obras de este ciclo fue este intersticio de apertura y cierre donde, obviamente, las destrezas del equipo de producción y la dirección de cada produccion (5) exhibida, abre preguntas sobre qué tan preciso y factible para las compañias presentes en estos Ciclos para nuevos publicos, puede llegar a ser. Qué tan interesante pudo haber cuajado “Oleaje” durante 4 o 5 funciones más, considerando la experiencia de este lanzamiento.
                               “Mi nombre ya no es oscuro. Ni temblor ni tiniebla”
Con esta barra, el texto comienza a difuminarse en la sala de Quilicura. Ya estamos dentro del túnel de luz y el desgarro nos toma por sorpresa. Hasta cierto punto, sabemos a lo que veníamos, pero aquí no hay pausa a recrear mentalmente nada. Las palabras se trasforman en imágenes, en sonidos y en lozanía. La propuesta se va consolidando. Crimen pasional dijeron en los medios de comunicación de la época-.
”Oleaje” es más que una obra de teatro, es un alarido a la creación. La exhumación de la memoria. Ensancha el marco caporal sobre el ejercicio de reprender la verdad, siendo experimentación valiente dentro de nuestra alicaída escena nacional progresista y que cada día pierde el rumbo, con relatos planos y dejando de lado, las sombras de las palabras. Por el contrario, Olivier, Thumler y la escritura de Morales, se funden en sacudir el sofoco de la imprevisión. Del aturdimiento del submundo proselitista del mercado del arte y su insuficiente labor de divulgación y pedagogía, para con la memoria nacional.
Aquí el recuerdo es un epiplón, un pliegue. Fundamental sí, pero parte de una argumentación histórica mayor, que aún descansa impune sobre nuestras chilenas vidas.
“Oleaje” es el hálito simétrico entre la memoria nacional y el desgarro cabal del archivo reciente. Entre dolor y verdad. Es el tiempo presente en escena, lleno de albor y dilema.
Es la sensación de vehemencia y defunción, de la pregunta instalada en la dramaturgia feroz de Rodrigo Morales: una posición aguerrida a las 3 voces puestas en escena, figurando y constituyendo las vicisitudes de este trabajo artístico que sufrió los embates de la pandemia cuando fue suspendida durante el verano por mandato sanitario, al igual que otras producciones en vivo en el país.
La pieza tiene una duración de no más de 40 a 45 minutos, lo que, como espectador, es bastante alentador, considerando la cantidad de capas que hay que ir flaqueando durante la presentación. Podriamos considerar desde esta misma arista, un plus para este nuevo formato teatral que no necesita extenderse más en duración, tratando de calzar con las obras definitivas universales. Al contrario, la obra se vuelve a deformar para dejar de ser susceptible a la mutación, fortaleciendo lo experimental y promoviendo las bravuras sobre lo necesario que es para el teatro chilen ir trabajando con otras texturas del arte.
Habrá que poner atención a la temporada en Matucana 100 durante el 25 de agosto y el 11 de septiembre.

 

Coordenadas
Dramaturgia: Rodrigo Morales
Puesta en escena: Constanza Thümler y Angelo Olivier
Elenco: Claudia di Girolamo, Francisca Marquez y Constanza Thümler