En la puesta en escena del “Lago de los cisnes”, que acaba de terminar su temporada el pasado 24 de septiembre en el Teatro Municipal de Santiago, debutaron dos bailarines en los roles principales del segundo elenco. Sin las primeras figuras que se retiraron en los últimos años (primero Luis Ortigoza, actual director del Ballet de Santiago; luego Natalia Berríos, José Manuel Guiso y Andreza Randisek) y la ausencia temporal de Romina Contreras, que pasará un año en el Ballet Nacional Checo, descubrir nuevos intérpretes para ubicar en la primera línea no solo es un gran desafío, sino también una exigencia. Es cierto que Katherine Rodríguez y Emmanuel Vásquez están cada vez más sólidos en técnica e interpretación (solos y como pareja de baile), y que María Lovero es una buena opción por su talento y dulzura (lo demostró en “Giselle”), pero faltan presencias, carismas, energías diferentes que permitan revelar los innumerables matices que puede ofrecer cada rol.
Gustavo Echevarría, mexicano y solista de la compañía, fue Sigfrido en el segundo reparto de “Lago de los Cisnes”, acompañado de una debutante absoluta: Laleska Seidel, integrante del cuerpo de baile, de solo 22 años y que nunca había bailado la pieza. Hay que decir que la apuesta del director de la compañía era más o menos segura con Echevarría, a quien ya habíamos visto virtuosismo e interpretación en otros títulos, pero absolutamente incierta con Laleska, ya que nunca se sabe lo que puede suceder fuera de la sala de ensayo, frente a los ojos de la audiencia.
Afortunadamente, las cosas salieron bien en todo sentido. Él mostró técnica (limpieza, altura en los saltos, caídas flexibles, brazos bien colocados, entre otros detalles) y, lo más importante, creó su Sigfrido explorando matices diferentes a los de Vásquez. De fuerte presencia y energía movilizadora, su príncipe fue decidido y asertivo en cada momento de su viaje, desde el romance a la tragedia.
Hierático y hasta misterioso, este Sigfrido fue excelente partenaire de una Odette/Odile ligera y refinada, de bellas líneas en cuello, brazos y piernas, impecables saltos e interpretación graciosa, ligera y refrescante. Laleska fue como una “campanita de Guajaca” (frase acuñada por Frida Khalo para describir el carácter de su madre). Algunas voces críticas dirán que le falta la solidez de la experiencia, gran tesoro, es cierto. Pero esta se gana, y no cabe duda de que su performance -de gran exigencia para una debutante- logró un impacto positivo en el público.
Sin duda, Ortigoza tiene un ojo entrenado. Su trayectoria, donde tuvo la fortuna de ser compañero de grandes bailarinas chilenas y extranjeras, le permite calibrar y leer las posibilidades de cada intérprete más allá de lo obvio. Recordemos que, siendo Primer Bailarín Estrella, bailó en más de una oportunidad con principiantes: con una Romina Contreras de 18 años en “El joven y la muerte”, y una Katherine Rodríguez de poco más en “Manon”, por mencionar dos casos.
La ovación fue merecida para el segundo elenco. Gustavo Echevarría y Laleska Seidel ofrecieron otra faceta de Sigfrido y su cisne, que enriquece el abanico de colores de la compañía y también la mirada del público.
fotografías Patricio Melo