La puesta en escena de “Cascanueces”, en la versión de Luis Ortigoza para el Ballet de Santiago, estrenada en 2022, confirma sus virtudes en esta nueva temporada que se extenderá hasta el 30 de diciembre. Luego de quince años de representar el ballet en la versión del chileno Jaime Pinto, osada e inquietante, el director artístico de la compañía firma una visión que vuelve a la matriz y homenajea al genio musical de Chaikovsky y a la dupla de coreógrafos formada por Petipa e Ivanov, desde una óptica actual. Hay que tener en cuenta que este ballet, estrenado en 1892 con poco éxito, ha sido revisitado innumerables veces durante el siglo XX al punto de convertirse en símbolo de la Navidad
La versión de Ortigoza se trata de un “Cascanueces” luminoso, que apunta a la inocencia y rescata la grandeza del reino de la fantasía. De fuerte impronta rusa, trabajada estéticamente por el diseñador teatral chileno Jorge Gallardo, el primer acto recrea una típica casa en la Rusia rural de fines del siglo XIX, con salamandra y colores tierra. En el segundo acto, el Reino de los Confites ahonda aún más en esa mirada al ubicar la acción en una especie de tiara presidida por llamativos huevos al estilo Fabergé, que dan al conjunto una señorial presencia.
Esta producción cuenta con tres bailarines en el rol de Cascanueces/Príncipe (Emmanuel Vázquez, Christopher Montenegro y Gustavo Echevarría), cuatro bailarinas como la Reina de los Confites (Katherine Rodríguez, María Lovero, Mariselba Silva y Laleska Seidel), tres Claras (Mariselba Silva, Lorena Borja y Laleska Seidel) y dos Drosselmeyer ( Miroslav Peric y Carlos Aracena).
En su recorrido, Ortigoza prescinde de algunos momentos y personajes, pero no llegan a echarse de menos por la fluidez que consigue en la dramaturgia. Clara es la gran protagonista de este viaje y Drosselmeyer su guía, rol de fuerza teatral que tiene su presentación dancística en el primer acto. Luego de la batalla con los ratones, Clara y Cascanueces convertido en príncipe inician su viaje y aterrizan en un reino encantado. Ahí la pareja realiza un pas de deux de sello actual, dulce y ondulante, con lifts que aprovechan la ligereza de Clara y que fluye orgánicamente.
El primer acto concluye con la escena del Reino de las Nieves, pensado para el cuerpo de baile. Hombres y mujeres llenan el escenario en un mágico y cristalino devenir, donde Ortigoza evidencia su buen manejo grupal al permitir el lucimiento de todos y todas con un diseño de movimiento que no para y que trabaja todo el escenario, el canon, los brazos y las cabezas, entre otras cosas, en un sinfín. Nunca dejan de fluir los danzantes, capturando la atención del espectador.
Clara y el príncipe Cascanueces abandonan la escena sobre un hermoso trineo con forma de venado, y en el segundo acto la pareja aterriza en un nuevo reino, donde son recibidos por el Hada del Azúcar o Reina de los Confites. El vals de las flores es interpretado por el cuerpo de baile ataviado como bellas flores danzantes, donde nuevamente el coreógrafo muestra su talento en el manejo de grandes grupos. Luego desfilan las danzas folclóricas (española, china, mirlitones, árabe y rusa), asertivas, precisas y que permiten el lucimiento de cada uno de los intérpretes.
El gran pas de deux entre la Reina de los Confites y el Príncipe es realmente brillante y de enorme dificultad técnica, con desafiantes tomadas que necesitan precisión y limpieza, control corporal y, además, interpretación. Ambos bailarines hacen fouettes, grandes saltos y giros. Un verdadero reto heredado del clásico ruso.
La función que disfruté contó con Cristopher Montenegro como Cascanueces/ Príncipe, Lorena Borja como Clara y María Lovero en el rol de la Reina de los Confites, todos con muy buena interpretación de sus roles, sonrisas y una dulzura que traspasaba el escenario.
Lorena y Cristopher están muy bien afiatados como pareja, se nota complicidad entre ellos y una relación visual importante. Juntos entregan un bello momento en el pas de deux como Clara y Cascanueces del primer acto, donde se ven flexibles, aéreos y compenetrados.
María Lovero, impecable como simpre, es una Reina de los Confites segura y tan lírica como empoderada. Hace muy buena pareja con Montenegro, quien este año aborda desde un lugar más seguro e interpretativo las complejidades del pas de deux clásico.
Este “Cascanueces”, de Luis Ortigoza, homenajea la tradición con una gran cuota de actualidad en el lenguaje clásico y la forma de contar la historia, luce a toda la compañía y permite que el sueño de Clara sea el de todos.
fotografías Patricio Melo