“Lluvia constante”: vuelve a cartelera la obra que remeció al público en enero

Dos policías y amigos, presos en las normas no escritas de cómo ser hombres y de cómo cumplir con su trabajo son los protagonistas de “Lluvia constante”. La obra, escrita por el guionista Keith Huff –autor de las series “House of Cards” y “Mad Men”-, toca temas siempre esenciales como la lealtad, a los demás y a uno mismo; el espacio difuso donde de la justicia, la moral y la ética profesional se entrampan con el poder y la arrogancia; el amor, el honor. Y otros tan contingentes como el resquebrajado estereotipo de masculinidad.

Debutó en 2006 y alcanzó gran éxito en Broadway en 2010, en una puesta en escena con Daniel Craig y Hugh Jackman. La versión chilena, recién estrenada en Zoco, cuanta con Willy Semler y César Sepúlveda en los protagónicos, bajo la dirección de Jesús Urqueta.

Estos policías crecieron juntos y soñaban con triunfar limpiando las calles de malhechores, al estilo de los detectives de las series televisivas. Pero no sucedió así. Joey, alcohólico en rehabilitación, solitario y sin familia, forma una dupla de perdedores con el vehemente Denny, malhablado, machista y con una particular manera de entender el honor y la justicia. Siempre se empeña en salvar a su amigo y en proteger a las prostitutas callejeras, en una mezcla rara de buen corazón y falta de límites morales. Para Joey es imposible no amarlo, sobre todo cuando le abre -sin restricciones- las puertas de su casa y su familia.

Policías de uniforme, no han sido promovidos a detectives por la falta de protocolo en su actuar. Serán el desborde de  Denny, que pretende justicia por sus manos, y el descuido de ambos al entregar a una víctima en manos del famoso asesino Jeffrey Dahmer, los detonantes de un viaje sin retorno.

 “Lluvia constante” es una tragedia (sabemos que no puede terminar bien) con tintes de melodrama, emociones exacerbadas y una seguidilla de errores que se suceden vertiginosamente. El autor no da tregua a los protagonistas; los golpea ferozmente en cada escena.

Durante dos horas se entremezclan los monólogos de los personajes, directamente a público o como si estuvieran siendo interrogados, con las recreaciones de sus recuerdos. Hay mucho texto -desafío permanente para los intérpretes-, cambios temporales e interpelación al imaginario del público desde el verbo.

La dirección de Urqueta, precisa y certera, explora en los variados registros de Willy Semler y César Sepúlveda. Ambos recrean a dos policías duros y atormentados, pero se permiten un viaje por diferentes matices de esos tipos tan tocados en la literatura, el cine y la TV. Semler impacta de entrada como el incontrolable Denny, con una corporalidad siempre alerta, permeada por su bullir interior. Emociona, y también provoca sensaciones encontradas.

A su lado, Sepúlveda se instala con una corporalidad distinta, que refleja otro tipo de estados: impotencia, estupefacción, intimidación. Pausado, como pidiendo permiso en ocasiones, crea con agudeza la contraparte energética de Denny/Semler. Calibrado e intenso trabajo del actor, que ilumina a un personaje que se mueve por terrenos opacos.

Ambos forman una dupla inseparable y desequilibrada en fuerzas, unida por la amistad, la historia en común y la rudeza de las calles. Los chilenos logran que esa relación fluya entre sus cuerpos, siempre presentes pese a la densidad de la palabra. Se sienten reales, de carne y hueso.

Puestas en escena de otras latitudes han optado por casi la total desnudez del escenario, en cambio, en el montaje nacional el diseño de escenografía a cargo de Tamara Figueroa A.S (“Arpeggione”, “El mar en la muralla”) aporta espesor al discurso. La mitad del espacio lo ocupa una suerte de container con una gran pared de vidrio trizado, que sugiere muchos posibles lugares a la vez y presenta el reflejo de lo que sucede. La otra parte se divide en un fondo, con dos asientos de auto, y un frente donde los hombres se enfrentan a una cámara en una suerte de interrogatorio.

El container sin duda es una instalación poderosa, lírica, que sugiere cientos de imágenes. Solo los asientos de auto parecen demasiado ilustrativos. La iluminación, también de Tamara Figueroa, habla por sí misma y agrega nuevas capas significantes a la pieza, modelando las figuras y las perspectivas.

Urqueta y equipo logran hacer despegar un texto excesivo y una historia demasiado llena de malas noticias. Las afinadas actuaciones de Willy Semler y César Sepúlveda trasportan a la audiencia al centro de un laberinto de sangre, agregándole un descarnado retrato de la  contradictoria fragilidad del ser humano. La propuesta total consigue que la audiencia se mire en los atormentados protagonistas, tal como en el vidrio de una ventana rota.

crédito fotos: Daniel Corvillón

Coordenadas
Teatro Zoco (Av. La Dehesa 1500, Lo Barnechea)
Hasta al 16 de abril de 2023.
Funciones viernes y sábado a las 20 horas, y domingo a las 19 horas.
Entradas a la venta en Punto Ticket.

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