“El gran silencio”: una apuesta que cruza la comedia con una profunda reflexión sobre la humanidad

El humor, en nuestra cartelera, abunda en el llamado teatro comercial, pero no es usual en el espacio de búsqueda autogestionado o financiado con fondos concursables. Por eso “El gran silencio”, cooperación artística de las compañías Terrícola y Circo Virtual, resulta sorprendente y refrescante. Más aun porque al humor suma la ciencia ficción, género escasamente tocado en la escena local. Codirigida por Daniela Castillo y Juan Pablo Corvalán, con una dramaturgia colectiva, la propuesta comparte el escenario entre una narración dramática y una instalación lumínica que aporta lo mágico del espacio estelar.
Todos esos elementos convierten el montaje en un atractivo desafío, pero a eso se suman interpretaciones jugadas y un texto que va de lo absurdo a lo irreverente, para terminar en una ternura que desarma a la audiencia.
La puesta se estrenó en la sala N1 del GAM, organizada en tres espacios que transcurren en forma paralela pero en temporalidades diferentes: una casa en Vicuña, norte de Chile, en los años 80; el universo desconocido lleno de luces y voces sin rostro; y, finalmente, un trío de científicos mayores que desde el hoy revisan casos antiguos de OVNI. Las escenas alternan las situaciones, organizando una especie de puzzle cuyas piezas entregan información parcelada que el público ocupa para armar el panorama completo.
En el inicio, los extraterrestres abducen a una pareja nortina junto con su empleada, y luego vemos sus cuerpos “ocupados” por los invasores. Los alienígenas intentan ser humanos en la carnalidad de Galileo (Gabriel Cañas) y Estela (Paulina Giglio), y su “nana” María (Jacinta Langlois), sorprendiéndose por las profundas contradicciones que nos caracterizan. Poco a poco van descubriendo los temas que cruzan a la llamada humanidad: el amor, la pertenencia, la justicia, el anhelo de felicidad, el no entender la extrañeza de vivir sin entender de qué se trata la vida.
Intentando ser cada vez más humanos, la pareja ocupada por los alienígenas adopta un niño del Sename. Él los enfrenta a uno de los desafíos más profundos, el amar a un ser desvalido y que responde a sus cuidados con agresividad y dolor.
Entrelazada con esta historia corre otra, ubicada en el futuro, donde tres científicos revisan casos de reportes de objetos voladores no identificados, entre los que se encuentra el caso de una mujer que desapareció luego de su encuentro con uno, dejando a un pequeño niño que fue entregado al Sename. Lentamente se arma la historia. Se atan los cabos que parecen sueltos.
La instalación está realizada con paneles curvos de acero, que al recibir luz y humo proyectan formas que asemejan al universo desconocido. Entre las escenas se escuchan voces de unos seres que observan la vida terrícola y emiten juicios absurdamente acertados. Esos comentarios marcan pausas de humor, que distancian a los espectadores de la trama central de la obra para sumergirlos en una apreciación de lo que es ser humano.
El texto creado colectivamente es ágil, irreverente por momentos, pero también juguetón y reflexivo. Cada palabra obtiene sustento por las talentosas interpretaciones del elenco, que desde su corporalidad dan cuenta del extrañamiento que viven los personajes “ocupados” por extraterrestres.
Gabriel Cañas y Paulina Giglio, a cargo de la pareja protagónica, transitan desde el humor a la profunda emoción de descubrir cómo es sentirse humanos, con toda la carga de contradicciones que eso significa. Ambos sacan carcajadas y emocionan desde una certeza que convierte en posible cada situación.
Jacinta Langlois desborda versatilidad al hacerse cargo de la nana alienígena, de una humana asistente del Sename y, finalmente, de una abuela. Y la codirectora, Daniela Castillo, interviene en el rol de una vecina que les enrostra a la extraña pareja su humanidad desbordante de dolor y pérdida.
Imposible no aplaudirlos a todos.
“El gran silencio” es una obra inusual, que realiza un cruce entre la comedia y la ciencia ficción sustentado en un talentoso elenco y una instalación lumínica que se convierte en un significativo espacio escénico. El fondo es el más despojado sentido de qué es ser humano, transmitido con inteligencia y ternura – mucha ternura -, por un equipo compuesto por talentosos creadores y creadoras abiertos a la experiencia teatral sin limitaciones.