Un gran acierto de la temporada de danza 2023 es “Callas, la Divina”, creación de la coreógrafa belga-colombiana Annabelle Lopez Ochoa para el Ballet de Santiago. Se trata de una pieza ágil, rítmica, de efectiva dramaturgia e impecables diseño y espacio sonoro, que incluso se permite citar al maestro Jiří Kylián. Enmarcado en el Ciclo Callas, con que el Teatro Municipal conmemora el centenario del nacimiento de la diva de la ópera Maria Callas, este título merece una nueva temporada ya que su debut consideró solo 4 funciones.
La coreógrafa montó en Chile el año pasado, invitada por el exdirector del ballet Luis Ortigoza, su pieza “Réquiem para una rosa”, que fue un suceso de crítica y público por su combinación de la fuerza del contemporáneo con la sutileza y las líneas del clásico. En “Callas, la Divina” se repite el impacto en un sentido diferente, ya que hablamos de un biopic, una historia que recrea a una persona real que, además de ser una figura del canto lírico tuvo una existencia desgarrada.
Es precisamente en ese punto donde esta obra supera a muchas otras: la dramaturgia, realizada en colaboración entre Anabelle y la directora de teatro, cine y danza Nancy Meckler, recorre la vida de la Callas sin tropiezos de ritmo ni excesos de información, conformando un drama que bien puede asimilarse a una ópera por sus matices trágicos y que gira en torno a la relación de Maria, la mujer, con Callas, la diva de la ópera.
La creación es lúdica, teatral, y en términos de estilo transita entre el virtuosismo y las líneas del académico, en puntas, hasta la expresividad emocional del contemporáneo, con quiebres de caderas, osados lift y tensiones físicas.
Protagonistas son Mari, la mujer, interpretada en el primer reparto por Ethana Escalona, imponente figura que impregna sus bellas líneas corporales de la pasión de la atormentada cantante; y la Voz, en la piel de Matías Romero, quien en clave contemporánea se convierte en su alter ego, su mayor don y su mayor fuente de felicidad y desdicha a la vez. Ambos forman parte de cuerpo de baile del Ballet de Santiago.
La relación entre la dupla protagonista pasa por diferentes estados durante el ballet, el compañerismo, la tensión, el dolor y también el miedo. Maria sabe que su talento vocal la llevó a la cima de la popularidad como artista, por eso lo ama, pero también reconoce que es un compañero tiránico cuando ella quiere dejar de ser una figura pública para convertirse en una mujer. Es entonces cuando se levanta un muro entre ella y la Voz, situación que la coreografía refleja cabalmente: danzan juntos, en armonía y paz, pero también hay quiebres físicos y puntos de inflexión donde ambos parecen estar en perpetuo conflicto. Finalmente, será su Voz la que la cargue al centro del escenario, después de una dolorosa historia de amor. Maria abandonó a la Voz, antes de que esta fallara para siempre.
Por el escenario desfilan los nombres que fueron un hito en la vida de la soprano. Su marido, Giovanni Battista Meneghini (Gustavo Echevarría); su gran amor, el armador griego Aristóteles Onassis (Cristopher Montenegro); la primera esposa de este, Tina Onassis (Monserrat López); y Jacky Kennedy (Katherine Rodríguez), la mujer que rompió su sueño romántico. También aparece un director de orquesta (Callas tuvo como mentor a Tulio Serafin por muchos años) y los infaltables paparazzi, que llegaron a su vida debido a su fuerte temperamento y la persiguieron durante toda su relación con Onassis.
Todos estos personajes están delineados reconociblemente para cualquier espectador que tenga el mínimo de información sobre la vida de Callas. Destaca como Onassis Cristopher Montenegro, quien transmite el poder que ejercía el armador sobre la diva, así como también Gustavo Echevarría como el primer marido y el director de orquesta. Los dos tan teatrales como buenos danzantes.
El cuerpo de baile se luce en cada cuadro, creando el contexto preciso para la historia que se está narrando. Ellas y ellas lucen teatrales, precisos, aportando sensualidad, glamour, estilo y romance. Se advierte la entrega de cada uno y cada una, lo que les permite ir más allá de la forma o la pose para entregar estados emocionales y de atmósfera.
La sonoridad, fundamental en este ballet para lograr sus dimensiones simbólicas, es una creación de Frank Moon, compositor y multinstrumentista británico que utiliza diversos materiales para dar cuenta de las pasiones de Callas. Reuniendo, de manera electrónica, la voz de Callas en 4 importantes arias con sonidos que resultan representativos de su ser, como el instrumento griego llamado bozuki, el click de las cámaras fotográficas y hasta un texto repetido frente al acoso.
Mención aparte merecen los responsables del diseño. Christopher Ash, a cargo de la escenografía y la iluminación, concreta un espacio poético con una estatua de Afrodita tumbada, y rota, que parece que flotara en el escenario. El final es con el ángel de Tosca presidiendo la acción. En varios momentos el escenario semeja un cuadro surrealista.
La chilena Loreto Monsalve realizó un diseño de vestuario de época, operístico y teatral, que citas las tenidas (desde trajes de baño de una pieza a vestidos de fiesta) con que se lucía la cantante luego de bajar de peso. Siempre impresionante.
“Callas, la divina”, es una relectura en clave de danza de la vida de Maria Callas, a partir de las tensiones entre la persona y la diva, entre la mujer y la Voz. Con cada elemento del dispositivo escénico (sonoridad, dramaturgia, diseño y danza) perfectamente articulado con lo demás, esta pieza es redonda, fluida y apasionante. ¡Tiene que volver!
fotos Paulo Reyes