Tres amigos cuarentones discuten sobre un cuadro absolutamente blanco que uno de ellos compró por una cifra millonaria, y entre palabra y palabra afloran las diferentes maneras de experimentar amistad, la lealtad y las emociones. En jaque está la otredad y la pertenencia a un grupo, a una forma de vida, a un grupo social. Escrita por la autora francesa Yasmina Reza en 1994, la obra refleja de manera aguda y algo sarcástica la realidad de cierto sector burgués acomodado, pero funciona también para retratar temáticas tan universales como el miedo a la diferencia.
La dirección de esta nueva versión chilena corre por cuenta de Rodrigo Soto, actor de teatro y Tv, y tiene a reconocidos
actores en el elenco. César Sepúlveda (“Lluvia constante”) es Sergio, un dermatólogo separado que compró por 28 millones de pesos un lienzo blanco cuyo autor es un taquillero pintor contemporáneo. Por supuesto, comparte la noticia de su adquisición con Marco (Mario Horton) e Iván (Elvis Fuentes), sus grandes amigos, quienes reaccionan de diferentes maneras -desde la sorpresa a la incredulidad- generando inesperadas tensiones entre ellos.
Pero es Marco quien crispa el ambiente al enojarse ante la compra de su amigo, a la que llama una mierda, poniendo en peligro su relación y todo lo vivido. La batalla entre los tres se libra en el terreno de las palabras. La obra es texto, mucho texto, con todo lo que eso exige: ritmo, fraseo, modulación, corporalidad cruzada por el verbo. Un buen desafío, pero que se mueve en un terreno inocuo, cómodo, que no llega de verdad a molestar a nadie. Por eso ha sido grito y plata en los principales circuitos de teatro comercial del mundo.
Esta versión (la tercera en Chile) tiene entre sus méritos ser mucho más rabiosa que las anteriores. Soto la dirige comoun drama que llega al humor, y no como una comedia con toques de drama. Esa mirada le da mayor espesura e incluso más lecturas al desarrollo de la relación entre Sergio y Marco, ya que queda en evidencia que hay cosas que ellos callan, como cierta dependencia en años de juventud.
Los intérpretes son probados en sus roles, Sepúlveda el sofisticado; Marco el rabioso e Iván el fracasado, trabajando en la papelería de su suegro y a punto de casarse por primera vez después de los 40. Él es una especie de bicho raro en ese mundo de éxito.
Ellos están muy bien, son rítmicos, creíbles y jugados; Fuentes y Horton con una corporalidad más definida, Sepúlveda con un rostro muy expresivo, incluso desde la platea.
La escenografía, un living en tonos grises con un cuadro que cambia de acuerdo a si es la casa de Marco o Sergio, enriquece poco a las capas de lectura de la obra aunque su neutralidad colabora al destaque del diálogo. Tal vez un mayor simbolismo habría resultado apropiado para despegar la trama de su anclaje social y la excusa del cuadro blanco.
El espacio lumínico, diseñado por Andrés Poirot, es esencial para la rítmica de la puesta en escena. Fallaría la fluidez si la luz no estuviera tan bien trabajada.
En esta obra, la autora Yasmina Reza parte de un mundo burgués, aparentemente intelectual y sofisticado, para develar las más básicas pulsiones humanas. ¿Puede amarse a alguien que piensa distinto? ¿Puedo ser amiga de una persona que se mueve por intereses diferentes a los míos? La clave de “Art” es la Otredad, con mayúscula, y cómo eso afecta a todos los seres humanos. La Otredad asusta, la diferencia incluso puede espantar. Estamos educados para temer a lo desconocido.
Pero no resiste lecturas de nueva masculinidad ni nada parecido, ya que fue escrita en una época donde las preocupaciones eran otras. Más sociales, más comunitarios, Y de eso habla, del ser con otros, del ser en comunidad.
fotos Maglio Pérez
Hasta el 16 de diciembre en Teatro Zoco