El protagonista de “El brote” es Beto, un actor que forma parte de una compañía de teatro pública, que se dedica a los clásicos. Nunca personaje principal, pero siempre listo para mover los focos, convertirse en utilero o asistir a algún novato. Mientras comparte con el público momentos de ensayos y funciones, además de sus opiniones sobre el teatro, Beto cuestiona duramente a sus compañeros y hasta al director: a una por la edad, a otro por no decir bien el texto, a uno más por no aprenderse las líneas. Sus palabras son duras, cortantes.
Entre opinión y opinión, repasa textos de emblemáticas obras, “Sueño de una noche de verano”, “La tempestad” y “Hamlet”, de William Shakespeare; “Antígona” de Sófocles, “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca; “Bernarda de Alba”, de Federico García Lorca. Pero, a medida que avanza la obra, se revela que nuestro protagonista está cruzando una línea indefinible pero concreta: la que diferencia sus emociones de las de sus personajes.
Hay que decir que pese a la trama, que parece hecha para entendidos o amantes de las tablas, “El brote” se convirtió en un suceso de público en Buenos Aires, pasando del teatro off al comercia. Y eso no sorprende cuando uno se somete a la experiencia de la puesta. El texto de Emiliano Dionisi, quien también dirige, engarza la vida de Beto y sus sentimientos con los personajes que encarna o que desea encarnar, como un magnífico y desafiante puzle. Y a ese entramado de lujo se suma la brillante interpretación de Roberto Peloni, quien pone su cuerpo al servicio de la palabra como un instrumento musical que resuena perfecto.
Su ansía de ser reconocido supera cualquier límite. Se siente ninguneado, poco querido, cree que el director lo baja de los papeles principales y se repite que lo villanos no pueden ser recompensados al igual que los buenos. No, dice, los villanos deben pagar.
Así, entre texto clásico e intimidades teatrales, surge la tragicomedia. Es imposible no reírse de las ocurrencias de Beto, de sus pelambres a los compañeros, de su erigirse como guardián de la pulcritud del hecho teatral. Pero junto con la risa surge el drama, la identificación con sus frustraciones -quién no se ha sentido poco reconocido en su trabajo-, la empatía.
Roberto Peloni está en un escenario, casi vacío, solo acompañado por una escenografía (de Micaela Sleigh) que recrea un teatro fuera de función, con cortinajes, unas sillas y luces. Es como el espacio vital de Beto, el protagonista, quien solo existe en medio del artilugio teatral. La iluminación (Agnese Lozupone) es fundamental para la creación de momentos íntimos, emotivos, versus otros que rozan la comicidad.
Emiliano Dionisi, el autor/director, tiene una contundente lista de estrenos exitosos con su compañía La Criolla, y Peloni se ha lucido como intérprete de teatro musical. Juntos, en “El brote”, tocan casi sin que el público se dé cuenta, las teclas precisas para que en escena veamos reflejadas nuestras frustraciones, nuestras mezquindades y flaquezas.
Un excelente texto, de más de una capa de lectura, un intérprete brillante y una puesta en escena que revive la magia más pura de ese antiguo rito llamado teatro.