“La trampa”: drama negro en un tono inadecuado

El próximo fin de semana termina en el Teatro Zoco la temporada de “La trampa”, obra basada en “Gaslight” (1938) de Patrick Hamilton, a partir de la adaptación de Johnna Wright y Patty Jamieson (2023). Su trama es muy contingente y puede verse en el cine y la literatura: como un miembro de una pareja puede manipular al otro para hacerlo creer que ha perdido la cordura.
De hecho, el texto de Hamilton es considerado un clásico del teatro y dio pie al término “gaslighting”, con que la psicología moderna para referirse a “la forma más sutil del abuso emocional”
La dirección del montaje nacional está a cargo de Bárbara Ruiz Tagle (“Como si pasara un tren”), y el elenco está formado por César Sepúlveda y Lucy Cominetti, como la pareja protagonista, y Elisa Vallejos y Camila Oliva (“Primavera con una esquina rota”) como las empleadas.
Todo sucede en una casa señorial en Londres de principios del siglo XX, donde el matrimonio Manningham -casado hace muy poco- convive con los aparentes problemas psicológicos de la esposa. Él es Jack, un tipo siempre ocupado en negocios que no se aclaran, que entra y sale de la casa a horas impensadas; y ella es Rebeca, una mujer vulnerable y delicada que escucha ruidos, ve como las luces se apagan lentamente y pierde sus cosas de valor. Se presenta como una persona con problemas de salud mental.
Ellos comparten su vida con dos empleadas, Elizabeth (Vallejos), quien trabajaba antes en la casa y tiene un principio de sordera; y Nancy (Oliva) una joven de actitud insolente que desde su aparición genera sospecha entre los espectadores. El crimen de la anterior dueña de la propiedad es un misterio sin resolver, ya que nunca se descubrió las joyas que buscaba el victimario.
De a poco, escena por escena, Jack revela su verdadero ser y Rebeca descubre la verdad de sus supuestos problemas psicológicos. La estructura con que se desarrolla la trama es de novela negra: aparecen cabos sueltos y estos se atan a medida que avanza la obra.
La versión de Zoco tiene el tono actoral de una creación cinematográfica, mezcla de thriller con suspense, con actuaciones contenidas y atmósferas que se van enrareciendo. En cuanto a la interpretación esa opción funciona, ya que tiene en César Sepúlveda a un actor que maneja muy bien su energía y sus recursos vocales; y en Lucy Cominetti a una actriz que sabe encarnar la fragilidad de su personaje, aunque su voz por momentos se pierde en el espacio teatro.
Los roles de las empleadas son funcionales, de apoyo. Las dos asumen sus roles correctamente, pese a que se toman el vestido de una manera muy disonante para el tono relista de la puesta, y a que la voz de Camila Oliva suena destemplada. 
La escenografía realista y el vestuario son de Gabriela Torrejón, ambos aspectos están muy bien resueltos, con detalles que aportan. El espacio lumínico, a cargo de Andrés Poirot, es importante en la resolución de la obra, de la mano del universo sonoro de Alejandro Miranda.
El gran problema es que la mirada cinematográfica no trasciende a la totalidad de la platea de Zoco, por su disposición tradicional. Esta opción necesita de un público que pueda fisgonear en la acción, lo que resulta imposible en un teatro de estas características y que podría darse en un espacio más pequeño o de otra disposición.
“La trampa”, entonces, se vuelve atractiva a medida que se desenrolla la madeja del misterio, pero el tono de la puesta escena no colabora con la atención del público. En todo caso, el realismo tiene su público, lo mismo que el noir.
Hasta el 15 de diciembre en el Teatro Zoco.