Florian Zeller es un escritor y dramaturgo francés, de 45 años, que tempranamente fue llamado “el autor teatral más apasionante de nuestra época”, por el diario inglés The Guardian. Sus obras más representadas en el mundo (“La verdad”, “La mentira”, “El padre”, “La madre”, “El hijo”), si bien tocan ejes fundacionales de las sociedades occidentales son espejos de la clase burguesa, media acomodada o como quiera que uno nombre a ese sector social ni rico ni pobre, que disfruta -y persigue- muchos privilegios que el sistema ofrece.
En 2011 estrenó “La verdad” y en 2015 “La mentira”, actualmente en cartelera en el Teatro Zoco bajo la dirección de Héctor Morales (“El traje del novio”) y un elenco formado por nombres tan reconocibles como María José Bello, César Sepúlveda, Javiera Díaz de Valdés y Giordano Rossi.
El tema de esta comedia dramática es cuánta sinceridad pueden soportar las relaciones íntimas y los personajes se llaman igual de los de “La verdad”. En el centro de la trama están Pablo (César Sepúlveda) y Alicia (Ma José Bello), matrimonio que tenía invitada a una pareja amiga, Miguel y Laura, a comer. Las tensiones comienzan cuando Alicia manifiesta que quiere suspender la reunión porque vio a Miguel besando a una desconocida y no quiere mentirle a su amiga.
Ella se muestra obsesionada por decir la verdad, mientras que su esposo se pone de parte de la mentira necesaria, para no causar daño. Finalmente, la comida se hace y las confusiones sobre lo que es verdad y lo que es mentira son cada vez más grandes.
Pablo insiste en que es mejor no decir toda la verdad y que todo depende las circunstancias. Y nunca el espectador tendrá la seguridad si lo que dice realmente lo piensa o lo dice porque le conviene.
Después que se marchan las visitas, el anfitrión y la anfitriona se provocan mutuamente para hacer confesiones. Las hacen, y luego las niegan. Pero ¿pueden estar seguros el uno del otro? ¿Han sido infieles? ¿Se han engañado con sus amigos?
El juego verbal es imparable. Y el autor utiliza la palabra en toda su capacidad de significar. Una cosa y también la contraria. Se trata de un texto algo claustrofóbico, de living, que da vueltas en los mismos temas y no se abre a la sociedad. Esta parece no existir.
Héctor Morales realiza una dirección precisa, que hace que la obra y los textos funciones como reloj. No da tregua ni espacio para que el público reflexione sobre qué sucede fuera de la acción o se pregunte sobre las circunstancias de las parejas. Da cuerpo a un teatro de texto impecable, donde cada intérprete consigue que las palabras creen espacios mucho más profundos y no se limite a un tour de force meramente intelectual.
La pareja protagónica está casi toda la obra en escena. César Sepúlveda y María José Bello, como Pablo y Alicia, consiguen que los espectadores empaticen con ellos y se identifiquen también. Son reales, cercanos y reconocibles. Sus dudas sacan risas, pero también motivan la reflexión.
iordano Rossi y Javiera Díaz de Valdés tienen pocas apariciones pero determinantes, ya que sus personajes, Miguel y Laura, ponen en jaque al matrimonio dueño de casa. Ambos contrastan con sus amigos, Miguel, más joven y deportivo; Laura, sofisticada y resuelta en el tema que les preocupa.
Un amplio living, diseñado por Rocío Hernández, da el toque realista contemporáneo. Y la iluminación, a cargo de Andrés Poirot, es fundamental en la fluidez rítmica de las escenas. Los actores visten de negro, blanco y gris, con prendas básicas (Natalia Schwarzenberg) que no distraen de la palabra y la discusión.
Esta versión de “La mentira” tiene tonos totalmente diferente a la estrenada en Buenos Aires, se siente “chilena” sin usar modismos ni apelar a los elementos más gruesos que identifican a la idiosincrasia. La clave es el tratamiento del texto que realiza la dirección y el elenco, el volumen de la voz, los acentos… Así, el cuarteto se vuelve absolutamente reconocible.
“La Mentira” en Teatro Zoco captura la atención por su fluidez, su ritmo, visualidad y presición actoral, y por la sensación de estar viendo una trama que le puede pasar a cualquiera. Estas características hacen que los espectadores olviden lo que pasa o puede pasar afuera, para sumergirse sin dudas en el juego verdad-mentira que le propone la obra.
fotos Maglio Pérez