Nunca, o casi nunca, escribo en primera persona. Esta vez haré una excepción para celebrar el lanzamiento de “La mirada crítica, 25 años de teatro chileno”, del crítico de teatro (y de cine, no lo olvidemos) Pedro Labra Herrera. El libro, publicado bajo el sello de Liberalia Ediciones, reúne 158 textos datados entre 1993 y 2020, que revelan no solo la pluma del autor y su mirada sobre el mundo, sino que también le toman el pulso al quehacer teatral de esos años. O sea, revisar el libro es echar un vistazo a la historia del teatro en Chile y también, por extensión, a la historia de Chile.
Este libro no puede sino ser fruto de un ser humano como Pedro: agudo, sin pelos en la lengua, pero también un hombre acogedor y cariñoso, no solo con los otros sino también con el quehacer teatral. Y con el oficio de periodista, ya que su crítica es actual, urgente, imperiosa.
Desde que lo conocí pude aprovechar -sí, es el verbo correcto- de su sapiciencia y generosidad intelectual. Rápidamente me sumé a su idas al teatro, casi siempre con otro grande de la crítica de teatro nacional, Agustín Letelier. Patudamente me infiltré en la agenda que los dos elaboraban cada enero con ocasión de Teatro a Mil, para luego escucharlos intercambiar opiniones sobre este u otro detalle de la puesta en escena después de las funciones.Con Pedro viví mi primer doblete teatral. Y luego lo acompañé en varios, asombrada siempre de su pasión y energía.
En su memoria, impecable, me apoyé muchas veces a la hora de escribir artículos de algun remontaje en revista La Panera. “Pedro, ¿sabes de monatajes anteriores de …………”. Siempre la respuesta aparecía. De inmediato o al cabo de unos minutos.
También aprendí mucho de su postura segura e intransable frente a las obras que veía. Recuerdo haber asistido de espectadora a un intercambio de ideas entre él y Agustín, al salir de la función de un montaje que a ninguno le pareció logrado. Pedro insistía en que había que escribir desde el malestar sentido como espectadores, frente a Agustín que opinaba que había que esperar a que la desazón pasara. Yo los escuchaba con todo el cuerpo convertido en signo de interrogación. ¿Qué pienso yo? ¿Qué camino tomaré? Sin duda, sus palabras motivaron mi reflexión y la toma de conciencia de mi postura frente al tema.
Jamás escuché a Pedro referirse en términos denostativos de un director o directora, dramaturgo o dramaturga. No importa que estos reclamaran, muchas veces altisonantemente, por sus textos publicados.
Pedro habló siempre de la obra. De resultado del conjunto de decisiones, felices o no tanto, que toma una persona o un grupo a la hora de montar un texto (que siempre leyó).
Nada personal, como pensó o imaginó más de alguien.
Puro oficio, de ese riguroso y consciente de sí mismo. Ese que no nace de la autocomplacencia, sino que surge del estudio y las convicciones que Pedro explicita en las páginas que abren su libro.
Que ojalá sea el primero.
fotos Vicente Palominos