El Colectivo La Vitrina junto a Plataforma Bastarda, bajo la dirección de Tania Rojas y con un proceso creativo desarrollado en residencias junto a Exequiel Gómez y Magnus Rasmussen, presenta “Balneario”, una obra de danza contemporánea con foco interdisciplinar (arte sonoro y visual). Estrenada el 17 de octubre en Espacio La Vitrina, esta pieza de aproximadamente una hora de duración se sumerge en la historia de la playa Marbella – un territorio en la Región de Valparaíso que fue balneario del pueblo durante la Unidad Popular, para luego convertirse en sitio de detención y tortura en la dictadura militar chilena. La obra no representa, sino que evoca; no narra, sino que reaparece como ceremonia silenciosa donde conviven dualidades: nostalgia y dolor, ausencia y solemnidad, el juego y la contemplación. El lenguaje corporal del elenco – Kamille Gutiérrez, Javiera Sanhueza, Camilo Pinto, Francisca Gazitúa y Dian C Guevara – fluye entre lo fluido y lo angular, combinando expresividad energética con momentos de profunda contención. El movimiento se construye mediante reiteraciones que sugieren la persistencia de la memoria. Los bailarines permanecen en escena durante toda la obra, desarrollando trayectorias que oscilan entre la deriva y el reencuentro, con un marcado uso de la horizontalidad que arraiga los cuerpos al suelo como si excavaran en él.
El lenguaje corporal del elenco – Kamille Gutiérrez, Javiera Sanhueza, Camilo Pinto, Francisca Gazitúa y Dian C Guevara – fluye entre lo fluido y lo angular, combinando expresividad energética con momentos de profunda contención. El movimiento se construye mediante reiteraciones que sugieren la persistencia de la memoria. Los bailarines permanecen en escena durante toda la obra, desarrollando trayectorias que oscilan entre la deriva y el reencuentro, con un marcado uso de la horizontalidad que arraiga los cuerpos al suelo como si excavaran en él.
La estructura coreográfica se despliega mediante secuencias que alternan entre unísonos, dúos y tríos. No hay explosión. No hay clímax catártico. La obra trabaja desde la respiración larga, la vibración contenida. Ritmos que emergen y se repliegan sin marcar heroísmos. La coreografía es orgánica, casi geológica. Se siente más excavada que compuesta. Los cuerpos son materia litoral: a ratos oleaje, a ratos roca erosionada. La ausencia —más que la acción— es protagonista. Esta cualidad se acentúa con los blackouts que congelan imágenes corporales de gran potencia visual, marcando las transiciones a través de una tensión constante entre la fuerza y la vulnerabilidad.
El diseño sonoro de Antonia Valladares establece una relación de sincronía sensible con el movimiento. No se limita a un ambiente costero, sino que teje una cartografía auditiva de la memoria. Los sonidos del pasado balneario – las olas, las gaviotas – se ven interrumpidos por la intrusión del ruido de aviones, un elemento que carga con la violencia de la historia reciente. Sobre este paisaje sonoro flota, como un fantasma, el relato en susurro de una mujer que evoca el balneario original, nombrando con precisión y nostalgia los elementos de un mundo perdido: la casa, los 13 pilares, las dunas. 
La aparición intermitente de una caja musical distorsionada añade una capa de inquietud, como un recuerdo infantil corrompido por el trauma. Juntos, estos elementos no ambientan, sino que construyen el conflicto central de la obra: la superposición de un paraíso popular perdido y un infierno dictatorial impuesto.
El espacio escénico – un galpón con graderías que abrazan la escena – genera una intimidad tensa fundamental para la propuesta. La escenografía se compone de cuadros con imágenes del mar que los intérpretes mueven ritualmente, y proyecciones que amplían este imaginario marino.
El diseño de iluminación de Andrea Gómez y Miel Monsálvez es notablemente atmosférico, transitando por blanco, azul, naranja y violeta para simular el amanecer, atardecer, crepúsculo y anochecer. El juego de claroscuros y los blackouts marcan las transiciones y acentúan la dimensión temporal no lineal.
El vestuario, en una paleta de grises, azules oscuros y burdeos con patrones geométricos minimalistas, contribuye a la estética sobria sin competir con la narrativa corporal.
La comunicación emocional transmite efectivamente nostalgia, pertenencia, ausencia y dolor. La interacción entre los bailarines evidencia una conexión íntima y una técnica interpretativa depurada que privilegia la escucha colectiva sobre el lucimiento individual.
En términos de originalidad “Balneario” destaca por su coherencia estética, donde movimiento, sonido y elementos visuales se articulan en una propuesta innovadora que aborda la memoria histórica desde la sensibilidad corporal más que desde el discurso.
La experiencia del espectador genera expectación, emoción y nostalgia, invitando a la reflexión sobre los territorios como depositarios de memoria. El final – donde los cuerpos se sientan a contemplar el mar proyectado – cierra el círculo con una contemplación serena que no resuelve, sino que acepta la coexistencia de la belleza y la herida.
Balneario consolida así su aporte artístico como una obra que no se mira, sino que se habita. Una propuesta necesaria que reformula el diálogo entre cuerpo, territorio e historia, demostrando que la danza puede ser un lenguaje capaz de desenterrar memorias silenciadas y transformarlas en actos de restitución simbólica.
Fotografías de Katherine Jara Plaza
Coordenadas
24, 25, 26 de octubre, 20:00 horas. 
$6.000 general; $4.000 estudiante.
Entradas: https://ticketplus.cl/events/proyecto-balneario

