La muestra Solos o Acompañados de Matucana 100 busca dar a conocer el trabajo de artistas escénicos jóvenes, que inician su carrera. En esta ocasión, durante junio se ha programado la octava versión, y se convocará para la novena, a realizarse en diciembre 2019. De acuerdo a la contingencia, los dos ciclos de junio abordan la relación entre danza y género. Se quiso propiciar una reflexión profunda acerca de cómo participa el cuerpo en las dinámicas referenciales y relacionales de género. Programar esto, con una apuesta por situar la temática ha sido un acierto. Además, es adecuado y pertinente, al ser un asunto relevante para la sociedad que habita en Chile hoy. El día viernes 7 de junio, la presentación de “Fase 0” se inicia puntualmente. Las bailarinas esperan en el escenario mientras el público ingresa en la sala. A las 20:30 comienza el espectáculo. Posteriormente, se presenta la pieza “Sycorax”, y por último, “La Casa”. Al tratarse de búsquedas artísticas tan disímiles, se exige concentración al espectador, y la capacidad de decodificar propuestas de danza singulares. Por esto mismo, resulta interesante y desafiante, al contemplar lenguajes corporales y discursivos tan diferentes.
En cuanto a las estructuras y procedimientos de montaje, hubo instancias de improvisación en la elaboración de las tres piezas. Sin embargo, sólo “Fase 0” transcurre en escena a partir de improvisación. “La Casa” y “Sycorax” cuentan con un soporte coreográfico estable.
Un aspecto en común de los montajes presenciados es la técnica de danza contemporánea. No obstante, ésta se emplea de diferentes modos: en “Fase 0” como pieza de improvisación y trabajo de contacto, “Sycorax” recoge herramientas de teatro físico de una forma notable, y “La Casa” correspondería más bien a una performance. En todos los casos fueron elecciones acertadas.
Lo relativo a los procedimientos y al proceso creativo es llamativo en el caso de “Sycorax”. La exacerbación de un movimiento estereotipado y muchas veces en líneas rectas no es neutral y, al contrario, chocaba por la congruencia y al mismo tiempo radicalidad. Los creadores de la pieza convencen en cuanto a lo atroz de la situación del hombre-animal, a través del esfuerzo físico excesivo y el uso de un tipo de movimientos típico de un bebé. Dado que se emplea en forma reiterada una respiración monótona, no convencional, ni natural, se genera el efecto de una mayor atención hacia lo que ocurre en el escenario. Resulta evidentemente forzado y se desea descubrir el por qué. La recursividad del movimiento, y el control muscular tan logrado propician además que se conecte con el personaje en acción.
Los objetos, empleados como artefactos en “La Casa”, resultan claves en la interpretación de la pieza. Más aún, se caracteriza escénicamente qué implica ser pareja y familia en el contexto de relaciones de poder asimétricas. La cinta blanca que ata el cuello de la mujer y el cuchillo sostienen la tensión en alto y marcan un quiebre muy bien logrado. María José Merino y Matías Aravena resuelven de una forma muy sutil y poética el momento de mayor confrontación. Además, el instante en que se proporciona el cuchillo al público otorga una responsabilidad a quien lo reciba, pues podría cambiar el curso de la pieza. Esa operación podría resultar perturbadora para alguien y, sin embargo, el público colabora y sigue el resto de la trama, con su carga de agresividad, sometimiento y conflicto, existiendo momentos de gran exigencia física, en los cuales los bailarines evidenciaron una versatilidad significativa, y expresividad en su comunicación mutua.
La relevancia histórica de esta muestra en particular es la sintonía con el presente. La marcha del Día de la Mujer de este año fue concurrida y muy diversa, explicitando el hastío ante la violencia simbólica, física y sexual. Las estudiantes están poniendo de manifiesto sus demandas. Que las artes escénicas visibilicen propuestas tomando en cuenta este entorno es relevante. Una imagen icónica de las mujeres en la calle ha sido la de las encapuchadas, y quien suscribe tuvo la impresión de que el hecho de que las dos bailarinas de “Fase 0” salieran con el rostro cubierto aludía a esto. Con la evolución de la pieza, parecía como si quisieran la mayor anulación de la individualidad posible. Pero se advierte pronto que buscan relevar el cuerpo como máquina, como animalidad y mecánica de movimientos. En ese sentido, el rostro como marca de identidad no colaboraría con esa propuesta y por ello es omitido, ocultado.
Si el Colectivo Los Niños del Cid en “Sycorax” exalta la ausencia de una madre que puede cuidar y nutrir al hijo, también nos interpela acerca de si hoy generamos las condiciones para que las mujeres puedan maternar adecuadamente, con la vida agitada y despersonalizada de tantas personas. Por otro lado, resulta ineludible resaltar la responsabilidad que como país tenemos en relación a los niños de los centros del Servicio Nacional de Menores. Si la falta de una madre cariñosa, y de un vínculo sano interfiere en el desarrollo del cuerpo de los sujetos, y los movimientos que presenciamos en el escenario posibilitan que se evoque a los niños que experimentan situaciones de abandono afectivo, esta pieza nos conmina a pensar en si valoramos en serio el rol de la mujer, más allá de su función como productora en el empleo o como reproductora biológica, en el contexto de la biopolítica del cuerpo imperante.
Es de esperar que las piezas presenciadas generen conversaciones entre los espectadores y sus amigos y familias. Si bien es cierto no necesariamente tendrán un efecto inmediato, la idea es que surjan desplazamientos de sentido y nuevas percepciones.
Escrito por Carolina Jiménez
fotos Vania Salinas