Lo primero que hay que decir es que “Inferno”, que acaba de tener una brevísima temporada en el Teatro Finis Terrae, debe volver a la cartelera. La puesta en escena, adaptación de la primera parte de “La divina comedia” por Marco Antonio de la Parra y dirigida por Daniel Marabolí, es un aporte atractivo, refrescante y desmitificador. Esta última palabra porque, seguramente, nadie o muy pocos habrán imaginado el texto de Dante escenificado performáticamente, como una especie de concierto tecno, con sintetizadores, luces, efectos de sonido, visualidad y hasta baile.
El texto del dramaturgo recoge al escritor italiano, muerto hace 700 años, y lo actualiza citando a viejos conocidos e introduciendo, de manera inteligente y sutil. Hay líneas en italiano, en español a la chilena y en español culto, para lograr llevar a los espectadores de la mano por el recorrido realizado por Dante y Virgilio por el Infierno.
Néstor Cantillana demuestra con creces su talento y versatilidad, convertido en un performer vestido de traje blanco -con chaleco, pero sin camisa-, descalzo, con barba canosa y una cadena al cuello. Entra al espacio escénico con solemnidad de director de orquesta y se planta frente a un micrófono y a un atril, donde hay un texto cuyas hojas va pasando.
Su voz transita por diversas tonalidades (va del narrador distante al estupor y hasta el miedo de Dante) que permiten imaginar sin problemas las peripecias que viven los viajeros. Su cuerpo es el centro de una puesta, firmada por Marabolí, donde las luces, la música y los efectos se mueven a su alrededor.
El director instala al performer y al texto en medio de un espectáculo lleno de color, ritmo, movimiento e imágenes. En escena, cuatro hombres vestidos de negro sentados frente a computadores y con el texto en un atril manejan la multidisciplina, que atrapa y seduce.
“Inferno” envuelve, invade los sentidos de los espectadores en una especie de rito que lleva todos a marcar el ritmo con los pies al mismo tiempo que escuchamos a Dante.
La atmósfera solo se rompe con la aparición del diablo, encarnado por De la Parra, ataviado como un señor burgués de zapatillas de levantarse con aplicaciones de animalitos y una bata anodina. Se detiene la vorágine luminosa y sonora, para que el diálogo entre Dante y Luzbel revele a un demonio frustrado, resentido y nada de temible. Compasión es lo que provoca cuando repite que era “el más bello”.
“E quindi uscimmo a riveder le stelle” es el último verso de Inferno, y es también el último texto que el intenso maestro de ceremonias interpretado por Cantillana repite, una y otra vez.
fotos Denisse Oehmann