Stgo a Mil: La lograda versión chilena para “La clausura del amor”

La partida oficial de Santiago a Mil 2022 se realizó con una obra que no pudo presentarse el año pasado por la pandemia. Se trata de “La clausura del amor”, del francés Pascal Rambert (59), estrenada en 2011 en Avignon y que desde entonces ha recorrido el mundo subrayando la fama de su autor. Hablamos de una obra dura, áspera, que muestra la ruptura amorosa de una pareja formada por artistas de las artes escénicas, estructurada en dos intensos -y desafiantes- monólogos. En la versión chilena los protagonistas son Francisco Melo y Daniela Lhorente, pareja en la vida real y que en la obra se llaman por sus propios nombres, tal como lo pide el autor: Pancho y Dani. Alfredo Castro está a cargo de la dirección, cuya mirada es vital en la construcción del espacio y de la diferencia entre las voces masculina y femenina.
Cuando uno, como espectador, piensa en seguir dos monólogos que suman en total casi dos horas, seguro imagina una experiencia agobiadora. Y lo mismo podría pensar al ponerse en la piel de los intérpretes. La verdad no es así, porque la tensión de la palabra se conecta perfectamente con los cambios de estado de esos cuerpos -actor y actriz- instalados uno frente a otro.
Como suele suceder en la cotidianidad, uno de los personajes precipita la ruptura. En la obra es el hombre, quien lanza un discurso imparable que deja ver su cansancio con la vida que lleva, su desenamoramiento, su reflexión sobre si todo lo que vivió con ella es real. Le dice que su cuerpo le parece vacío, lo mismo que su cerebro, y ella resiste la embestida con dignidad, pero también con un dolor físico que se palpa desde las butacas. Él insiste en que ese “nosotros” que formaron fue ficción. Y solo rescata los tres hijos en común.
Luego le toca el turno a ella. La otra cara, la que habla de sentimientos, de emociones, la que le muestra a él qué es ficción, qué significa la palabra. Ella se levanta altiva, segura de lo vivido, orgullosa del amor que aún siente. Sus palabras son cuchillas que cortan el cuerpo de su oyente, desmoronándolo. Ella ama, amó, y no hay evidencia más potente que esa. Reconstruye lo que él rompió en mil pedazos. En medio del despojo, ella es la maga capaz de convertir el espacio en ilusión, en artificio.

Castro maneja a la perfección los cuerpos instalados en el escenario, los hace hablar sin decir. Y Daniela Lhorente y Francisco Melo asumen el desafío con contundencia, instalados en un escenario vacío donde las atmósferas surgen del manejo lumínico de DelightLab (Andrea y Octavio Gana) que acota espacios, enmarca a los actores, los oculta y los hace aparecer. Un trabajo minucioso y sugerente.
En “La clausura del amor” no hay distracciones del verbo ni de los cuerpos. Francisco viste de gris y Daniela lleva un vestido y zapatos negros, los colores surgen de las palabras y del cómo se encarnan en estos adoloridos seres.

Mientras habla, Francisco Melo construye a un tipo pedante, demasiado seguro, demasiado claro, dispuesto a llevarse la última palabra. Claro que ese estado se va debilitando hasta quebrarse ante ella y su potente exposición. El conocido actor usa su voz y su cuerpo sin reticencias, logrando que la voz que encarna se proyecte sin dudar. Uno lo detesta por momentos, y otras le tiene lástima, así de verdadera es su interpretación (no es contradictorio).
Daniela Lhorente crece a cada momento con una fuerza arrolladora. Sorprende, impresiona. Su cuerpo habla aun en sus silencios. Es rotunda, decisiva, llena de emoción.
Esta versión de “La clausura del amor” consigue capturar a los espectadores, voyeurs de un enfrentamiento desnudo y sin artificios. Crudas, despojadas, las palabras son armas de guerra. Y los cuerpos canalizadores de todo tipo de emociones. Exige concentración y se aparta de los artificios, es palabra, dirección y actuación, puntos desarrollados con maestría por el director y los intérpretes.

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Hasta el 9 de enero
Teatro Municipal de Las Condes