Recuerdo a Ximena Carrera -actriz, dramaturga y guionista- hace más de dos décadas, en 1997, como la joven y arrojada detective Begoña Correa de la serie policial chilena “Brigada Escorpión”. Me gustaba su personaje, de cabello muy corto y mirada intensa. Ese mismo año fundó la compañía La Trompeta junto a Sebastián Vila, iniciando una fructífera carrera que ha combinado la actuación con la escritura, en distintos frentes, como el teatro y la TV.
Estamos en la Sala Arrau del Teatro Municipal, y la dramaturga tiene el mismo cabello corto de hace años. Sonríe y está atenta al escenario donde se ensaya su última obra, “Arrau, el otoño del Emperador”, que dirige Francisco Krebs (“Random”, “Muerte accidental de un anarquista”) y marca el regreso del teatro al espacio de Agustinas.
Ha pasado mucho tiempo desde Begoña. Ximena ha estudiado en Buenos Aires, trabajado como guionista en distintas producciones de la pantalla chica como “Los treinta”, “Secretos en el jardín”, “Juegos de Poder”; escrito obras de teatro tan aplaudidas como “Lucía” o “Medusa”, y otras igual de buenas por encargo, como “Jemmy Button” para Tryo Teatro Banda, y “Ningún pájaro canta por cantar”, para la sureña compañía Ñeque Teatral.
Nos sentamos una al lado de la otra. Y conversamos mientras Angelo Solari, actor/músico y parte del elenco de la puesta en escena, se deja llevar tocando el piano que preside el lugar.
– ¿Qué sentiste cuando te llegó este llamado del Teatro Municipal para escribir sobre Arrau? Te deben haber preguntado muchas veces esto.
-Nunca me lo habían preguntado. Cuando me encargaron la obra tuve un sentimiento doble, me sentí honrada y al mismo tiempo apanicada. El pánico es algo que ya conozco, siempre me viene con cualquier encargo porque generalmente se trata de algo ajeno a mí, ya sea “Greta”, con las ballenas; ya sea “Ningún pájaro canta por cantar”. Mi primera pregunta es ¿cómo entro en esto? He descubierto con el tiempo que sí o sí necesito enamorarme de aquello que estoy escribiendo, no puedo hacerlo fríamente, necesito vacilar con el tema. En este caso, Claudio Arrau es un personaje que conozco desde mi infancia. Mi mamá escuchaba mucha música clásica y para ella Arrau era lo máximo. Entonces, para mí él es un monstruo de la música que conocía desde muy chica. Esto, por supuesto, era lo que más me apanicaba. Pero, al mismo tiempo, con la trayectoria de los encargos como que cada vez lo veo como un juego, como una especie de enigma. Digo, a ver, ¿cómo voy a entrar a esto? En ese sentido, fue una mezcla entre sentirme honrada y apanicada, pero sé que es una invitación a bailar y bailar me seduce.
– ¿Cambió tu percepción de Arrau después de investigar para la obra?
-Claro, la verdad es que sabía muy poco, sabía que era un grosísimo pianista, no al nivel que realmente era, porque eso lo descubrí en la investigación. Era una figura súper lejana. Que Arrau tuviera su sol zodiacal en acuario y yo tenga mi luna en acuario me hizo entenderlo, por ahí pude entrar en su mundo. Con la investigación me apareció un personaje, una especie de genio que vive en su torre de marfil, y curiosamente a medida que más investigaba, más distante se me hacía. Me pasa con la escritura que a veces los personajes me caen mal y a veces me caen bien, y Arrau empezó a caerme mal, a hacerse inasible. Y recurrí a la máxima que una vez me dijo Mauricio Kartun (quien fue su profesor): cuando los personajes te caen mal, tienes el trabajo de tener que amarlos. Entonces, justamente no le rehuí al hecho de que me caía mal. De hecho, lo conversé con Jaime Chabaud (dramaturgo, guionista e investigador mexicano) que me hizo una especie de revisión de texto ya que justamente estaba haciendo un taller on line con él. Hicimos una reunión por zoom, y me dijo, si te cae mal, úsalo, algo te está pasando con el personaje que te cae mal ¿Qué es lo que te cae mal? Lo que me caía mal, justamente, era el conflicto que le enrostra Ana (uno de los personajes de la obra): que todo lo que a él le molesta lo hace a un lado, por así decirlo, porque lo más importante para él es el piano. Entonces, en ese todo, lo que más le molesta son los vínculos familiares y afectivos. Hundí el diente en eso y ahí apareció la obra.
– ¿Cómo investigaste, que fuentes tomaste?
– Me pareció que Arrau era muy inasible, como que no podía agarrar al personaje, era siempre tan bien comportado, siempre estaba para la entrevista. Me basé en “Conversaciones con Arrau”, de Joseph Horowitz; en la biografía del músico que escribió Marisol García, y también en el libro “Claudio Arrau: Lo que nunca se dijo de su viaje a Chile”, de Inés María Cardone. Siempre se ve una especie de pleitesía hacia él de parte de quienes lo entrevistaban, el caso de Horowitz o la Cardone. Era el maestro, una persona intocable. Me sirvió mucho la investigación para hacerme un mapa temporal de su vida, de hecho, pegué en mi escritorio diez páginas de su línea de la vida porque necesitaba verla horizontalmente: cuando se va a Alemania, cuando empieza con Krause, cuando muere Krause… etc. La biografía es tan larga -me pasó con Jemmy Button- que me parece una lata contarla en escena. Entonces busqué un trozo que agarrar. Tomé la idea de una noche, una noche de una persona que ya está grande. Me arme un poco de lo que he recogido de personas de 80 años, que tienen mal dormir, que duermen menos horas, que hay un desasosiego…apareció la figura del piano como una especie de personaje. En realidad, el conflicto de Arrau en la obra es que lleva meses sin tocar piano y nunca en la vida ha estado tanto tiempo sin hacerlo. En el lapso de un año tuvo pérdidas muy significativas (su esposa, su hijo y su hermana) que, por supuesto, le generaron una cierta depresión que lo mantuvo alejado del piano. También me entrevisté con la pianista Edith Fischer, muy generosa ella, pero aparece nuevamente la adoración.
– No tiene carne la adoración.
-Claro, no puedo armar un personaje con solo adoración, necesito verle el lado B. Él habla de que en su vida hacía muy pocas cosas fuera de tocar el piano: iba a visitar museos, iba al teatro, leía mucho -dos o tres horas al día- jardineaba en verano y jugaba con sus perros. Esa era toda su vida. Bueno, también tenía un número de giras impresionante. En la época de su mayor plenitud musical tenia como 170 giras al año. Me preguntaba qué relación tenía con sus vínculos familiares, con sus hijos, su esposa. Por ahí pude meterme, en esa ausencia del cotidiano, ahí pude entrarle al personaje.
– ¿Hay una periodista en escena, ¿cómo es ese personaje?
-Ella dice que pretende hacer una entrevista, no puedo adelantar más, pero después sabemos que viene a otra cosa.
-Cuéntame con qué te quedaste para armar la obra.
-Me quedé con mi propio Arrau, intenté que apareciera el ser humano antes que el músico. Me interesó indagar en un ser humano que ya sabe que está en el otoño, en el ocaso de su vida, y enfrentarlo a su soledad. Fue un hombre que estuvo toda su vida acompañado – por su madre, por su hermana o por su esposa-, quise ver qué pasa cuando recién a los ochenta años se ve solo por primera vez. Con ese ser humano me quedé, con un ser humano que empieza ver aquello que no ha visto. Empieza a asumir, a hacerse responsable, a reconocer que ha dejado de lado el dolor o cosas que le molestaban por seguir adelante en su carrera.
–Es complicado el personaje de Arrau.
-El Arrau pianista, no el mío. Igual es bien alucinante cuando él dice que practicaba 8 horas diarias gran parte de su carrera. El piano estaba en un primer, segundo y tercer lugar, y muy por abajo el resto del mundo. Es curioso, porque al mismo tiempo su mundo era muy pequeñito, no era más que piano, partituras y la música.
– ¿Qué te parece que el teatro vuelva al Municipal y con un texto tuyo? Son décadas de ausencia.
-Es maravilloso que se abran espacios para el teatro, porque justamente se suelen cerrar. Para mí el teatro, así como todas las artes, es totalmente inútil pero vital. No tiene una finalidad práctica, a no ser que sean obras didácticas, entonces es muy importante que este espacio lo acoja. Fantaseo con que esta sala Arrau del Municipal se pueda plantear como un espacio de teatro, que quizás haga un cruce entre la música y el teatro…
-Ojalá sea el comienzo.
Sí, me encanta que se abran espacios, que se refuercen. Me siento tan honrada que creo que todavía no le tomo el pulso, no le tomo el peso.
retrato: Rafael Arenas Encina foto ensayo: Patricio Melo
Ficha artística
Dramaturgia: Ximena Carrera
Dirección: Francisco Krebs
Elenco: Tito Bustamente (Arrau), Paloma Moreno (Ana), Paola Volpato (Lucrecia, La Carreño, Ruth), Francisco Ossa (Hans, Montt) y Ángelo Solari (Pianista).
Curatoría de vestuario: Pablo Núñez
Iluminación: Ricardo Castro
Coordenadas
Sábado 30 abril – 19:00 horas
Sábado 07 de mayo- 19:00 horas
Domingo 08 de mayo- 19:00 horas
Jueves 12 de mayo- 19:00 horas
Sábado 14 de mayo- 19:00 horas
Domingo 15 de mayo- 19:00 horas
Valor entrada $20.000