Una “Giselle” que refresca la tradición

“Giselle” es un título romántico por excelencia, estrenado en 1841, que mezcla el mundo terrenal con el sobrenatural, tal como lo había hecho antes “La Sylphide” (1832), creación que inicia esta corriente. El ballet romántico cambia el vestuario, los temas y el estilo de moda hasta entonces, enfatizando el uso del tutú largo, las historias con alguna raíz folclórica y la inclinación hacia adelante desde la cintura en las bailarinas, con brazos curvos y manos de gran importancia. “Giselle” cumple con todas estas características, que reinarán por tres décadas en el mundo del ballet, además de poner en escena por primera vez el leitmotiv musical, gracias a la partitura de Adolphe Adam.
Otra particularidad de esta pieza es que combina una historia de amor y traición con la danza, ya que la protagonista muerte danzando y salva a su enamorado con la misma manifestación.
Luis Ortigoza, director del Ballet de Santiago, coreografió una nueva versión de la obra, respetando la tradición y la historia original, pero imprimiéndole actualidad y fluidez, tal como lo hizo con “Cascanueces” en 2021. Ya en el primer acto, que transcurre en un campo en Renania donde vive Giselle, se ve una pantomima más acotada y precisa que en otras versiones, lo que imprime ritmo a la acción.
Es en este comienzo donde la joven conoce a Albrecht, quien la engaña aparentando ser un aldeano más y ocultando su origen noble. El coqueteo danzado entre ellos es muy bien aprovechado por el coreógrafo, para entregar un momento juguetón y de un virtuosismo limpio, con desafíos como giros en planta de pies (es difícil pasar de la punta a un paso más contemporáneo) y saltos a ras de piso.
De mucho lucimiento es el Pas Paysan, que realiza una pareja de campesinos en honor de los nobles que visitan la aldea, entre los que se encuentra la prometida de Albrecht.
Cuando aparece Hilarión, guardabosques enamorado de la campesina, y desenmascara a Albrecht, queda en evidencia la importancia que da Ortigoza a la teatralidad. Este Hilarión es rudo, torpe y actúa visiblemente movido por la ira. En contraposición, Giselle es deliciosamente ligera y cándida.
Por supuesto, el final de esta primera parte es la locura de la campesina al saberse engañada y el coreógrafo echa mano de nuevo a su gran sentido de la teatralidad para entregar un momento de alta exigencia para la protagonista, ya que debe mostrar su desquiciamiento en una coreografía que requiere de un gran compromiso interpretativo.
Desde que se levanta el telón sorprende por sus colores y gran asertividad el diseño integral de Pablo Núñez, teniendo como telón de fondo la magnificencia del paisaje. En el segundo acto, el acto blanco, reemplaza la materialidad del campo por la sugerencia paranormal del bosque encantado, donde reinan las Willis, esos hieráticos espíritus de mujeres traicionadas.
Ortigoza crea un bello espectáculo con estos espectros. Mirtha (la reina de la Willis) danza un solo que va desde sueves desplazamientos hasta los grandes saltos y el desafío de la impasibilidad, mientras sus doncellas-espíritus danzan en grupos de diferente número. El cuerpo de baile femenino se luce con su sentido de complicidad y trabajo al unísono, pareciendo un solo espectro.
El estilo romántico, muy evidente en otras propuestas en este acto, es tocado sutilmente por el coreógrafo -principalmente en algunas poses del espíritu de Giselle- dándole un toque de actualidad corporal que agrada mucho al ojo del espectador del siglo XXI.
Ambos enamorados de Giselle llegan al bosque a visitar su tumba, pero Hilarión es expulsado por las Willis en una escena de gran teatralidad mientras Albrecht insiste en ver a Giselle. Esta se aparece para salvarle de la maldición de los dolidos espíritus femeninos que lo quieren hacer bailar hasta morir, insuflándole vida una y otra vez, levantándolo en cada caída hasta que el primer rayo de luz ahuyenta a sus compañeras.
Esta vez disfruté del primer y segundo elenco, y ambas Giselles (Katherine Rodríguez y Romina Contreras) se despliegan delicadas en la interpretación y sólidas en lo técnico. Destaco a Rodríguez por su abandono en la locura, ya que se permite incluso apresurar pasos en pos de la interpretación, lo que aumenta el impacto en el público.
Emmanuel Vásquez se luce como Albrecht conjugando virtuosismo y pasión, en tanto el Bailarín Estrella Rodrigo Guzmán aporta tensión dramática, una herramienta que siempre ha manejado muy bien.
Aéreos y precisos Gustavo Echevarría (elenco uno) y María Lovero (elenco 2) en el Pas Paysan, siendo Cristopher Montenegro (elenco uno) el Hilarión más adecuado por su entrega total a los sentimientos del personaje. Su cuerpo abandona la rigidez de las poses para diseñar un personaje de carne y hueso.
Ambas Mirtha (Mariselba Silva, primer elenco, y Noelia Sánchez, segundo) sacaron adelante muy bien a su personaje, con diversas fortalezas. Mariselba vuela en los saltos, pero de pronto su torso se ve muy rígido, al igual que su cuello. Noelia, en cambio, mostró una dúctil línea desde su cabeza, que no afectó la impasibilidad gélida de la reina de las Willis.
Sin duda, el estupendo desempeño del Ballet de Santiago en un desafiante título como es “Giselle”, con figuras jóvenes que reúnen técnica e interpretación sumadas a la fresca coreografía de su director, Luis Ortigoza, permiten asegurar que la compañía atraviesa una etapa de bien augurada renovación.

fotografías de Patricio Melo

Coordenadas
Domingo 07 de agosto 2022 – 17:00 horas
– Martes 09 de agosto 2022 – 19:00 horas
– Jueves 11 de agosto 2022 – 19:00 horas
– Sábado 13 de agosto 2022 – 19:00 horas