Ballet de Santiago presentó programa de lujo que viajó del clásico al contemporáneo: un desafío para la compañía y las audiencias

Un lujo -para entendidos en danza y también para quienes se asoman al mundo del movimiento – fue el programa Trilogía, presentado recientemente por el Ballet de Santiago. La propuesta, diseñada por su director, el exbailarín Estrella de la compañía Luis Ortigoza, parte con el virtuosismo del ballet clásico en el Grand pas classique “Paquita”, en la versión de Ortigoza; continúa con la fusión de la técnica clásica y la danza actual de “Réquiem para una rosa”, de la colombiana Annabelle López Ochoa; y remata con el estreno en Chiile de la pieza de corte contemporáneo “Petite mort”, del maestro checo Jirí Kylián. Un viaje que seduce y, por qué no, enseña a apreciar la riqueza de cada estilo.
Otro aspecto destacable es el matiz diferente que aportó cada uno de los dos elencos, y el ver en roles principales a figuras del cuerpo de baile con un desempeño magnífico.

“Paquita”, creación musical de Édouard Deldevez y coreografía de Joseph Mazilier, estrenada en 1846, es uno de los ballets clásicos más emblemáticos del repertorio mundial, pese a que su debut corresponde al período romántico. En Trilogía vimos el Grand pas classique, momento agregado años después por Ludwing Minkus a pedido de Marius Petipa, y uno de los que más se representan en la actualidad. En ambos programas se lucen las bailarinas encargadas de las variaciones: Noelia Sánchez, Monserrat López, Laleska Seidel, Deborah Oribe, María Lovero, María Dolores Salazar, Mariselba Silva y Alexia Comisso. Todas ellas precisas, virtuosas y con bellos saltos.
El cuerpo de baile, femenino y masculino, manejó muy bien el trabajo en grupo, logrando la unidad visual.
Las dos parejas protagónicas mostraron talento y, lo más interesante, temples diferentes a la hora de encarar movimientos y personajes. Los primeros bailarines Katherine Rodríguez y Emmanuel Vásquez mostraron su destreza, manejo de los tiempos y las intenciones. Ella suma a sus bellas líneas de brazos y piernas un gran aplomo y seguridad (que ya le vimos en “Lago…”) dándole una intensa presencia femenina a su Paquita. Él, cada vez más teatral, dotando de emociones saltos y piruetas.

En el segundo reparto, Laleska Seidel -cuerpo de baile- y Gustavo Echevarría -solista- asumieron el desafío con seguridad y un tono diferente a la otra pareja. Laleska es precisa, pero tiene un temple fresco, un ser femenino más burbujeante. Encuentra gran apoyo en su partenaire, ya que él -además de ser un gran intérprete, de fuerte presencia escénica- la contiene con seguridad. Prometedora pareja dancística que ha asumidos retos importantes este año, ya que interpretar es mucho más que mostrar virtuosismo. Este es requisito, claro está, pero desde ahí hay que crear, transmitir y no quedarse en la acrobacia. Laleska y Gustavo están bien encaminados.

La segunda pieza es “Réquiem para una rosa”, de Annabelle López Ochoa, creación coreográfica que utiliza el clásico como soporte, pero lo funde con el contemporáneo. Su lenguaje reúne port de bras, cambrés, piruetas y saltos, codos cuadrados, brazos en ángulo y piernas fuera de línea. La mezcla es muy atractiva.El punto de partida muestra a una mujer (que podría representar a Venus) en malla nude, con el cabello suelto y una rosa en la boca. Ella, absolutamente contemporánea, tiembla al tiempo que se escucha un latido del corazón. Sus movimientos son agulosos, con los pies en paralelo, el cabello como una espesa cortina. De pronto, media docena de hombres se unien a ella en el escenario, rodeándola. Desnudos de la cintura para arriba, lucen amplias faldas rojas, que funcionan como pétalos de una flor. Luego, seis mujeres vestidas de manera similar se unen a ellos para formar un ramo. La música de Schubert (Quinteto in C-Mayor) pone un marco romántico único.

Esta vez, la obra (estrenada por el Ballet de Santiago en 2021 en su regreso a la presencialidad) tiene en el rol de la mujer/rosa a dos bailarinas: Esperanza Latuz y Ethana Escalona. Ambas destacadas figuras del cuerpo de baile, longuilíneas y de hermosos brazos y piernas, dotaron su interpretación de diversas cualidades. Esperanza fue volcánica e intensa; y Ethana, delicada y sutil. Esperanza más pasional y Ethana más romántica, siguiendo el espíritu de la obra. Este matiz permitió que la obra se apreciara de manera diferente cada vez.
El broche de oro fue el estreno en Chile de “Petite mort”, del checo Jirí Kylián, maestro y pieza clave del desarrollo de la danza en el siglo XX. Creó este ballet especialmente para el Festival de Salzburgo con motivo del segundo centenario de la muerte de Mozart, de quien eligió los fragmentos lentos de dos sus más bellos conciertos de piano (Piano Concerto in A Major -KV 488-, Adagio, Piano Concerto in C Major andante). Se trata de una danza de seis hombres y seis mujeres, que explora no solo en el orgasmo y su pérdida de conciencia, sino también en el espíritu humano que rompe sus cadenas y se sumerge en la libertad.


 Kylián trabaja con danzantes a pie descalzo y se vale de ingeniosos recursos, como un telón negro que por momentos cubre todo el escenario para hacer aparecer o desaparecer a las bailarinas, o los aparatosos vestidos (barrocos y negros), que semejan ingrávidas esculturas. Es danza contemporánea, hecha para cuerpos que pueden encarnar imaginarios de sensaciones.
Hay imágenes inolvidables, como las que ofrece el inicio con los seis hombres y sus floretes, o la serie de dúos que exigen tanta rigurosidad en el movimiento como intención de cuerpo presente. Las seis parejas se repitieron en los dos elencos (con un cambio el 1 de diciembre), en una mezcla perfecta donde se olvidó quiénes son primeros bailarines, solistas o parte del cuerpo de baile. Todos se lucieron y tuvieron su momento, impresionando con un lenguaje corporal que no les es habitual: pies en paralelo, tren superior que se contrae y habla, suelo, movimientos dislocados.

A estas alturas el público, preparado para un gran final, aplaudió con ganas. Y cómo no, si cada parada del viaje fue un desafío cada vez más exigente para la audiencia. El Ballet de Santiago destacó en este programa, tanto por su capacidad para enfrentar distintos lenguajes de danza como por el lucimiento de cada uno de sus integrantes. Muy acertado su director, Luis Ortigoza, en escoger cada pieza y en poner en primera línea a los talentos del cuerpo de baile.

fotografías Patricio Melo