Con una sonrisa desarmante y una mirada carente de toda mala intención, así se instala el actor belga David Murgia en medio del ácido texto “Discurso a la nación”, del dramaturgo Ascanio Celestini. Durante una hora y 20 minutos, el intérprete se mete bajo la piel de la llamada clase dominante, esa que decide por todos, y sin complicaciones teóricas expone un particular punto de vista: la necesidad de la dominación, sin metáforas de respetabilidad ni adornos valóricos de ninguna especie.
Así de cruda y despojada es también la puesta en escena. El escenario solo contine unas cuantas cajas de madera desordenada, donde el intérprete se subirá o sentará a veces, y la iluminación está dirigida a destacar la palabra.
El texto es apoyado por el bajo de Julien Courroye, músico que se convierte en silencioso interlocutor de Murgia, y a lo largo de la obra es interrumpido por audios de absurdos diálogos entre una vecina y el conserje de su edificio, que acentúan el planteamiento de Celestini.
“Discurso a la nación”, no es una caricatura y mucho menos lo pretende. Simplemente, con honestidad pasmosa, ofrece un análisis de situación desde el lado inusual. El protagonista, por ejemplo, carga un revolver. No lo ocupa, pero le da seguridad el decidir transformar al otro en un blanco. El texto está lleno de citas, a Gramsci, a Jonathan Swift (de quien toma el canibalismo para resolver el problema de la migración en gran escala), a Marx, usadas en situaciones sencillas y concretas,
El dramaturgo habla de una nueva lucha de poderes: entre aquellos que saben cómo aprovechar el sistema y los que no. Por ejemplo, pone en valor la migración ilegal y el trabajo negro de los migrantes, ya que el sistema les puede sacar partido; también distingue entre robar, “que no mancha las manos”, y los otros delitos de sangre. Ensalza el abuso de cuello y corbata, insinuando, incluso, que es necesario.
También en este discurso aparecen el capitalismo, la corrupción, la relación dominador-dominado y, sobre todo, la delgada frontera entre democracia y dictadura. Advierte del totalitarismo de las mayorías, donde las otredades se funden hasta casi desaparecer, y también de la silenciosa disposición de las masas a ser dominadas.
Este agudo monólogo mantiene atento al público los 80 minutos que dura, saca risas, sonrisas y aplausos, lo que desarma la teoría de que hay que apelar a lo multisensorial para cautivar a las audiencias. En todo caso, el efecto no podría ser el mismo sin la interpretación de David Murgia, quien sorprende con una frescura y naturalidad que sortean la traducción. Un acierto.
Coordenadas
Teatro a Mil
GAM
15 y 16 de enero 20:30 horas
Entradas $12.800 y $16.000 (variados descuentos)