Teatro a Mil: “Las cautivas” o como relevar lo invisible de la historia no oficial

Dos mujeres, dos mundos, un amor invisibilizado por siglos. “Las cautivas”, escrita y dirigida por Mariano Tenconi, es tan simple como eso y también compleja y profunda, ya que se hace cargo del origen de la identidad argentina desde un punto de vista no oficial. Los chilenos, e imagino el resto de los latinoamericanos, podemos reconocernos en la obra en tanto colonizados, mestizos, avasallados; y, seguramente todo el mundo, en lo acallada que ha estado la voz femenina en los libros de historia.
El título se refiere directamente a “La cautiva”, poema épico de Esteban Echeverría publicado en 1837, que narra el rapto del soldado Brian y su esposa María a manos de los indios, y que es llamado “fundacional”. Tenconi reescribe la historia y pone en el centro a dos mujeres, una india y una europea o descendiente de europeos.
“Las cautivas” se estructura en monólogos. De Celine (Laura Paredes), blanca de origen francés raptada por indios el mismo día de su boda sin amor; y de Rosalila (Lorena Vega), una india que salva a la joven de la violación indígena y, por mandato de las voces superiores, decide raptarla por segunda vez. Ambas mujeres narran su percepción del viaje que las lleva a la cruzar la pampa a caballo, que será también un buceo en las profundidades de su ser, un reconocimiento a ellas mismas en cuanto seres humanos.
Para Celine, Rosalila es Atala (protagonista del libro homónimo de René Chateaubriand). Y para la indígena, que se llama a sí misma Mensajera, la francesa es La Elegida. Curiosamente, sus verdaderos nombres podemos encontrarlos en la comedia “Cómo gustéis”, de William Shakespeare.
Son una pareja que habla idiomas distintos, que proviene de mundos diferentes y, además, sus cuerpos se ven como nunca habían visto a una persona antes. Se enfrentan a la Otredad, con mayúsculas. Luego del rechazo y el miedo llega la fascinación, esa que las convierte en cautivas la una de la otra, en cautivas de ese amor que surge arrollador e inexplicable entre ellas.
El tema principal es la liberación. Celine deja un matrimonio arreglado y luego un cautiverio, y Rosalila una tribu donde -se desprende de algunos de sus dichos- abundaba la rudeza y el maltrato. Juntas, y fuera de sus respectivas culturas, pueden formar una relación sin imposiciones externas.
Por supuesto, el descubrimiento del cuerpo y el sexo lésbico ocupa varias escenas. Y no podía ser de otra manera, ya que la corporalidad de estas mujeres siempre ha sido castigada. Abusos, golpes, sexo por cumplir un deber, son hechos que ambas han vivido. No han podido decidir, no es prerrogativa de su género hacerlo.
Su sexualidad es primero libre y consentida; luego, tan romántica, suave y apasionada como ambas deseen. Solo en su huida han podido encontrar ese espacio.
En el centro de la puesta están las excelentes actuaciones de Lorena Vega y Laura Paredes. Las dos asumen sus personajes con afinada propiedad, desde sus cuerpos conectados con la música y con la dramaturgia. Lorena/Rosalila oscurece el tono de su voz hasta convertirlo en bajo aterciopelado, en contraste con el tono agudo e infantil de Laura/Celine. Ambas hacen suyo el ritmo de los textos (en verso consonante), su humor y su acidez.
Los soliloquios se instalan en un escenario que recuerda las presentaciones escolares, con telones de fondo pintados y rocas falsas. Esta escenografía (de Rodrigo González) nos recuerda que estamos viendo una ficción y, más aun, que la historia aceptada de nuestro ser latinoamericano en buena parte es tan endeble como los decorados de cartón piedra.
Junto a las actrices está Ian Shifres, músico en escena y autor de la música y del diseño sonoro, quien es capaz de crear todos los sonidos necesarios para ambientar esta road movie del siglo XIX, desde la naturaleza pampeana hasta los salones de donde proviene Celine.
El vestuario (de Magda Banach) es un acierto. Celine, con peinado de época y albo traje de novia, lleva a la vista el corset y los calzones largos. Rosalila luce un atuendo que recrea a muchas vestimentas indias; hay color, zapatos de piel, calzón de una tela burda, flecos como de cuerdas. El pelo, negro y trenzado, la cara pintada.
“Las cautivas” es la primera entrega de “La saga europea”, tetralogía de Mariano Tenconi y su Compañía Teatro Futuro. La idea es explorar en la formación de la identidad, en los orígenes y en la pertenencia, con todas las fisuras y tensiones que eso significa en una Argentina (una Latinoamérica) construida desde la mixtura de cosmovisiones.
“Las cautivas” es una obra que seduce desde todos sus flancos: con un texto agudo, actuaciones calibradas y conectadas con la música y el espacio, una sonoridad fundamental en la composición de paisajes, y una dirección que siempre tiene en mente el todo. Ojalá vuelva a presentarse en Chile.

fotografía de Carlos Furman