La obra “Como si pasara un tren”, de la autora argentina Lorena Romanin, es una invitación directa y clara a detenernos a ser parte de la intimidad de una familia de provincia. Disfuncional (como todas), pero con un acento esperanzador en la posibilidad de cambio. Este fin de semana termina la temporada de la versión nacional, dirigida por Bárbara Ruiz-Tagle, con las actuaciones de Ana Reeves, Felipe Zepeda y Alejandra Oviedo.
Se trata de una madre mayor, la profesora Susana, que cuida a Juan Ignacio, su hijo veinteañero pero con retraso madurativo que aún va al colegio. El padre ausente nunca ha querido saber nada de ellos, lo que ha influido en que Susana sobreproteja al joven, impidiéndole tomar decisiones. Hay amor y buena voluntad, pero también mucho miedo e inseguridad. Madre e hijo tiene una relación cercana y divertida, con juegos compartidos que los hacen cómplices.
La rutina y la tranquilidad varían cuando llega desde la capital Valeria, sobrina de Susana, enviada por su mamá que la sorprendió con marihuana. La chica, estudiante universitaria, La joven, universitaria, inteligente, es capaz de producir un punto de inflexión en la familia de Susana y Juan Ignacio. Es la visitante, la mirada distanciada, la perspectiva que permite una toma de conciencia.
También la obra recoge la diferencia generacional, además de una visión acogedora del hijo diferente. La autora no lo plantea como enfermo, y menos como caso u objeto de estudio. Se trata de un ser tan diferente como cada uno de nosotros, que no necesita compasión sino aceptación.
La presencia de Valeria permite que Susana entienda que no debe controlar a su hijo, y menos pretender que él responda a sus expectativas. La idea de fondo es la aceptación de la diferencia, de la inmensidad de lo particular en cada uno.
Otro eje que cruza la obra es el viaje. Juan Ignacio quiere andar en tren, Susana no lo permite. Valeria, una viajera (llega de otro territorio, geográfico y afectivo), posibilita el viaje del hijo y también de la madre. Gran metáfora es el tren eléctrico con que juega el protagonista toda la obra.
La versión chilena cuenta con intérpretes de excepción: Ana Reeves como Susana, Felipe Zepeda como Juan Ignacio y Alejandra Oviedo como Valeria. Todos en un registro íntimo, con variadas modulaciones, en diálogo emotivo y energético entre los tres, sin estridencias ni excesos. El reconocido manejo corporal de Zepeda le permite afrontar este desafío desde la expresión más mínima. La directora opta por un recorrido sensorial y emotivo que fluye con sorpresas pero sin grandes quiebres. El tono es un reto para los adictos a la parafernalia, ya que en esta obra está fuera de lugar.
La propuesta chilena enfatiza menos que la argentina la posible violencia en Juan Ignacio, pero eso no le baja el interés a la trama sino que la focaliza en otros puntos: la relación madre hijo, el diálogo intergeneracional, el cambio esperanzador, la importancia de reconocer al Otro como tal, diferente y único. La adaptación de Emilia Noguera no solo acerca el texto a nuestra idiosincrasia, sino que enfatiza aspectos como la empatía de la visitante y la lucidez distinta de Juan Ignacio, así como el lazo profundo e incuestionable de madre e hijo.
El diseño integral de Cristián Mayorga acompaña la propuesta creando un universo alejado del mundanal ruido, con sobresaltos pero amoroso. La escenografía recrea una casa que ha quedado el tiempo, y la iluminación permite el viaje del trío hacia una relación diferente.
“Como si pasara un tren” es una obra que invita a ver alrededor, a sentir, a encontrar el lado bueno de las cosas. Y, sobre todo, a creer en el ser humano. La puesta en escena nacional recorre diversas capas, desde la familia disfuncional a la certeza del cambio, con excelentes actuaciones y el desafío, no menor, de hacer una pausa y experimentar una historia con final feliz. La esperanza puede ser tan adrenalínica como la tragedia si sabemos vivirla, parece ser una lectura posible.
Hasta el 1 de julio en Teatro Finis Terrae