“Moscas sobre el mármol”: cuidado montaje y destacadas actuaciones

En 1961, Luis Alberto Heiremans estrenó “Moscar sobre el mármol” en Alemania. La pieza, que toca temas tan diversos como la elite decadente, la duda religiosa y el triángulo amoroso con un tinte homoerótico, solo se estrenó en Chile en 1994 bajo la dirección de Alejandro Castillo, quien la remontó en 2010. Ahora, a 60 años de la muerte de Heiremans, este melodrama es revisitado por el director “Álvaro Viguera” (“Tío Vania”, “El Misántropo”, “La gata sobre el tejado de zinc caliente”) quien respeta la lectura existencialista tradicional sobre el dramaturgo, pero la refresca evidenciando ambiguas relaciones y tóxicos afectos gracias a un sólido desempeño del elenco.
El conflicto gira en torno a Julián (Jorge Arecheta), un hombre de treinta y pocos años, parte de la elite chilena arruinada, que vive en el campo para mantener la vida de “patroncito”. Todo sucede en el día que organiza una partie de chasse (fiesta de cacería) en apariencia para halagar a su madre, Amalia (Paulina García), que ha regresado desde Francia luego de una década de ausencia; y a Enrique (Nicolás Pavez), su mejor amigo de la infancia, radicado en el norte de Chile también hace diez años.
Detrás del festejo se esconden tortuosas razones: Julián sospecha que entre su examigo y Teresa (Antonia Santa María), su mujer, hay mucho más que simpatía. La idea es desenmascarar a los enamorados y, de paso, jugar un juego macabro.
Enrique es todo lo contrario de su amigo. De pocas palabras, tímido, se deja arrastrar por la vehemencia de Julián a tal punto de ser constantemente visita en su casa. Ambos hombres son como el agua y el aceite, pero se complementaron años atrás. Sin querer, trabó primero amistad y luego se enamoró de Teresa, quien le pidió que se alejara.
El punto es que el reencuentro es tal y como sospecha Julián: Teresa y Enrique se aman, como si no hubiera pasado el tiempo.
La puesta de Álvaro Viguera en una vieja capilla usada como caballeriza, donde se desarrollará la fiesta. El realismo psicológico da paso al simbólico al final de la obra, cuando la escenografía (a cargo de Rodrigo Ruiz) da una sorpresa al crear un espacio con dobleces y porosidades, que llevan la acción a otros planos. La iluminación (también de Ruiz) es fundamental en el desarrollo de la obra.
Esta puesta en escena se sitúa en los años 50, con un excelente trabajo de vestuario (de Andrea Carolina Contreras) que recoge las identidades de los personajes en sus diseños: el verde petróleo para el excesivo Julián, el negro para el austero Enrique, los tonos claros para la devota Teresa.
El tono es realista en las actuaciones, esfera donde hay un excelente trabajo de todo el equipo, destacando Paulina García, Jorge Arecheta y Nicolás Pavez. Ellos forman una triada llena de matices. Arecheta y Pavez son los opuestos, vehemente el primero, contenido el segundo. Ambos con la energía bien calibrada, complementándose en la emoción y cómo esta recorre sus cuerpos. La escena donde se revela la relación que han tenido desde niños es intensa, con sus recuerdos -y su fisicalidad- enfrentadas y un tinte homoerótico sutil que tiene asidero en los estudios sobre Heiremans y su época.
Paulina García es la madre que establece una relación simbiótica con el hijo. Lo sobreprotege, pretende salvarlo del mundo e insinúa que solo con ella él puede ser feliz. La actriz entrega una mujer sofisticada, de mundo, herida por el dolor del abandono de su marido y entregada absolutamente a su hijo. El momento en que ella enfrenta a Julíán, y repasa la historia de ambos, es decidora para entender quién es el protagonista.
Por supuesto, la arista religiosa está presente. Creer en algo superior o no, creer en el destino o en el libre albedrío humano.
Antonia Santa María construye a la cristiana Teresa desde su cuerpo. Se ve nerviosa, excitable, atribulada desde lo más profundo de su ser. No es necesario que hable – lo hace poco en la obra- para que se evidencie lo que le sucede.
Solo el personaje del Segundo se nota estereotipado en relación a los demás. Su forma de caminar se ve forzada y, si bien causa risas, desentona en el conjunto.
Otro punto destacable es el espacio sonoro, construido con temas compuestos por Niña Tormenta, quien participa desde el comienzo en el proyecto teatral. Los temas acompañan la trama, subrayando aspectos o comentándoles, desde la poesía de la música y los textos, en clave trova/pop romántica.
“Moscas sobre el mármol” se emparenta con las obras de Tennessee Williams, en los temas existenciales y las corrientes subterráneas que unen a sus personajes. La versión dirigida por Álvaro Viguera permite que la trama surja interesante y atractiva para el espectador de hoy, con tintes de melodrama y de suspenso. La cuidada puesta en escena impacta gratamente a los sentidos, dando el marco apropiado para el excelente despliegue actoral.

“Moscas sobre el mármol”
Hasta el 28 de abril, Teatro Municipal de Las Condes
Elenco: Paulina García, Jorge Arecheta, Antonia Santa María, Nicolás Pavez, Felipe Zepeda
Dramaturgia: Luis Alberto Heiremans.
Dirección: Álvaro Viguera
Asistencia de dirección: Pascale Zelaya
Diseño, escenografía e iluminación: Rodrigo Ruíz.
Diseño vestuario: Andrea Carolina Contreras.
Composición musical: Niña Tormenta.